miércoles, 8 de noviembre de 2017

Pecera Macabra Altibajo


Es tarde. Ya me he acostado como me dijo mi madre que hiciera. Me he lavado los dientes, claro. Hasta puse yo solita la lucecilla que hace que los monstruos no vengan a mi habitación mientras duermo. No se les puede quitar el ojo de encima a esos monstruos. Últimamente creo que como los monstruos no pueden venir a mi habitación tienen que ir a otro sitio. Ese otro sitio podría ser el desván que tengo encima de mi habitación. Siento como si escuchase sus terribles pasos, pasos de pezuñas, de garras, de pies peludos. Tengo miedo.
Como tengo miedo me abrazo a mi peluche. Y se me ocurre una idea. Robo el alargador del salón, enchufo mi lucecita antimonstruos y subo al desván. Tengo que echar a los monstruos del desván también. ¿Por qué vienen a mi casa? ¿Por qué no pueden ir a casa de la niña esa tonta de mi clase? ¿Quién querría comerme? Mi padre es mucho más grande que yo, seguro que alimenta más.
Subo al desván, paso a paso. Poco a poco. Entre las sombras de las cajas viejas les veo correr, corren de escondite en escondite, aterrados. Sé que están aterrados porque no hacen eso de posar con sus garras y asustarme.

–¡Salid! ¡Quiero echaros la bronca!

Les digo. Poco a poco veo cómo se asoman. Uno tras otro. Son seis en total, quizá haya un séptimo chiquitito escondido todavía. Apenas les veo porque si les apunto con la luz se desvanecerán. Pero veo la punta de los dedos de sus pies. Monstruos feos.

–Dejad de venir a mi casa. Por favor. Estoy harta. Todas las noches la misma historia. Me dais miedo y entonces no duermo y si no duermo mamá me regaña. Me dais mucho miedo, así que largo, jolines.

No veo que ninguno se mueva. Están aterrados, ¿de mí?

–¿Os doy miedo?

Entre las sombras y la oscuridad se escabulle un susurro, me envuelve de escalofríos como una manta de las que pican.

–Sí...

–Pero entonces, ¿qué hacéis aquí? ¿No estáis aquí porque me queréis comer?
–No...
–¡¿Me queréis matar?!
–No...
–¿Qué me queréis hacer?
–Estar.
–¿Estar?
–Estar.
–No me fío de vosotros, ¡monstruos! ¡Sois pesadillas! ¡Sois terroríficos! ¡Sois el mal! Por eso os escondéis, para acecharnos. Para comernos. Y como os tenemos que vigilar no logramos dormir, ni mi peluche ni yo.
–Mal... entendido.
–Sí...
–Sentimos... mucho...
Dijeron. Están muy asustados y tristes. Como si fuesen a quedarse sin cenar o sin postre.
–Si os dejo tranquilos, ¿me prometéis que os iréis?
–No... queremos... eso...
–Irnos... no.
–No podemos...
–Entonces os destruiré con mi luz antimonstruos.
–No... no...
–Tú... buena...
–Por eso... querer.
–Queremos... estar...
–Estar... estar...
–Otros... malos...
–Tú... buena...
–¿Queréis ser mis amigos?
–Sí...
–Sí...
–Pero luz...
–Luz... mala...
–Día... dormir...
–Noche... estar...

Volví a mi habitación, dejando a los monstruos en el desván. No enchufé la lucecita antimonstruos y me metí en la cama. Me he tapado hasta arriba por si acaso. Espero que sean buenos y no me coman.



–Historias de tres palabras

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