domingo, 27 de noviembre de 2016

Charlotte. Historia de una historia

Charlotte se desliza por la avenida, ha llovido y la noche ha caído más pronto de lo que está acostumbrada. Cosas del invierno. Tiene prisa y también tiene frío, no tiene tiempo para dejar un moneda a un vagabundo ni para firmar una ayuda a un tipo con un chaleco llamativo. ¿Qué te va a pasar Charlotte? Algo tiene que pasarte, si no no te escribiría. Charlotte entra por fin a un sitio calentito, es una cafetería acristalada del centro. Al entrar suena una campanilla, sabe que es cara pero también sabe que el café está bueno. Allí espera su amigo, no recuerdo su nombre. 
Se sienta, por fin, tras dos besos, y se pide un cortado. Su amigo estaba leyendo, llevaba un rato haciéndolo, Charlotte llegaba tarde, ¿qué iba a hacer él solo? Aunque dicen que con un libro uno nunca está solo, pero esto no tiene que ver, ¿de qué hablan Charlotte y su amigo? 
-¡Uf! ¡Cuánto tiempo! 
-Sí... ya son como cuatro o cinco meses sin vernos. 
-Y viviendo en la misma ciudad. 
-Pero estamos ocupados, tampoco es que pudiéramos hacer mucho al respecto. 
-Ya... 
-¿Y qué te cuentas? ¿Qué es de tu vida? 
Se ponen al día, no quiero aburrirme con los detalles concretos de sus vidas, sí, quizá les conoceríamos un poco mejor pero estas conversaciones las he tenido y las has tenido cientos de veces, así que vamos a saltárnosla para que esto avance un poco, ¿quieres? Si acaso escribo al final un anexo con la conversación por si te interesa. 
-Así que ahora estás saliendo con una chica, ¿eh? Qué callado te lo tenías. 
-Ya me conoces... Además, formalmente apenas llevamos una semana saliendo. 
-¿Y ya hacéis cosas de esas de novios? Ir al cine, pasear bajo la lluvia, besaros en un gran baile... 
-Qué boba que eres... 
-¡Es lo que hacía yo!
-¡Con quince años!
Se ríen. 
-Sí... más o menos. Creo que es la mujer de mi vida. 
-Eso ni lo digas, que da mala suerte. 
-Pero... siento... siento que nada puede arruinar esto. Siento que es la persona que me completa, que jamás me fallará. Y la conozco muy bien, es mi amiga desde que éramos pequeños. 
-Os deseo lo mejor, de verdad que sí. 
Qué aburrimiento. ¿De esto van las vidas humanas? Empiezo a perder todo el interés en escribir esta historia. ¿A ti te gusta? Ojalá a Charlotte le dé un impulso extraño, le clave un cuchillo en la garganta a su amigo y se la lleven detenida. Aunque... joder, luego vendría todo el proceso judicial que es otro aburrimiento... ¡pero luego vendría la cárcel! Y ahí pueden pasar cosas interesantes. En fin, Charlotte remueve las pocas gotas de cortado que se han negado a ser bebidas mientras mira, con un poco de lujuria, los fuertes labios de su amigo. Sabe que no debería pero le encantaría besárselos, se hicieron amigos después de liarse borrachos en una fiesta y cuánto se arrepentía de no haber llegado a más con él. Le hipnotizan sus ojos azules. 
-¿Charlotte...? Te has embobado por un instante. 
NO. ¡No, no, no y no! Me niego a que nadie diga la expresión "por un instante", no conozco a nadie, ni sé de nadie que conozca a nadie, que haya soñado con nadie que hable de esa forma. Repetimos. 
-¿Charlotte...? Te has embobado de pronto. 
-¿Eh? Ah. Sí, perdona, se me va la cabeza. 
-¿En qué pensabas? 
-En... En nada, en que no sé si me queda comida en la nevera. Así que no sé qué voy a cenar. 
-¿Por qué no te vienes a mi casa a cenar? Iba a cenar solo porque mis compañeros de piso no están en toda la semana pero cenar con una amiga siempre es mejor, ¿no crees? 
El amigo de Charlotte es un puñetero robot. Nadie habla así, por amor del cielo. Charlotte aprieta un puño debajo de la mesa. En menos de un segundo han pasado demasiadas imágenes por su mente. ¿Cenar con él? Piensa. ¿Cenar con él a solas en su piso? 
-Sí, por qué no. Nos lo pasaremos bien. 
Charlotte... contrólate, no hagas tonterías. <- Es Charlotte, no yo. Espero que no haga nada demasiado provocador... porque me lo quiero cenar a él. 
-¿Qué te apetece? 
Tú. 
-No sé... Hmm... ¿Y si pedimos comida? ¡Ay! Hay un mexicano buenísimo en tu barrio, creo que hace pedidos a domicilio. 
-No lo conozco, ¿cómo se llama? 
-No me acuerdo pero creo que está según sales del metro. 
-Genial, si no podemos pillar allí la comida y la llevamos a casa. 
A ver, la historia se ha hecho algo más interesante pero no tanto como para que me intrigue lo más mínimo. Quiero decir, sí, igual Charlotte se tira al sosainas este o quizá no, esa es la única incertidumbre. Igual las consecuencias de ese acto son interesantes pero como no tenemos contexto de quién o cómo es la novia de este chico ni tampoco sabemos demasiado de Charlotte pues... no hay demasiado que nos pueda importar. Voy a seguir un rato más a ver a dónde va esto aunque no espero que se abra un portal interdimensional y Charlotte sea raptada a otro plano de existencia donde descubra los complejos mecanismos que gobiernan la realidad. Están en el ascensor, con la comida en bolsas, el ascensor es pequeño así que están apretados. A Charlotte no le importa y sonríe al notar que a él tampoco. 
-Hogar dulce hogar. Ponte cómoda y deja eso en la mesita del sofá. 
-¡¿Vemos una peli?! 
-Claro. Yo voy a desvestirme, deja tu abrigo donde puedas. No va a haber nadie a quien le vaya importar que esté tirado por ahí. 
Su amigo se mete en su cuarto y Charlotte se queda sola en salón. ¿Cómo le espero? Se pregunta. ¿Y si le espero desnuda? No, poco a poco Charlotte. ¿De verdad me lo quiero tirar? Su amigo aparece en el salón con un pijama holgado que le da un aspecto descuidado y atractivo. El flequillo hace que la claridad de su mirada destaque y Charlotte deja de existir un pequeño momento. 
-¿Quieres que te deje algo de ropa? No pareces muy cómoda con esa camisa. 
-Eh... 
¡¿Qué digo?! 
-Vale. 
Charlotte entra en el cuarto de su amigo y éste le deja una camiseta grande de pijama. 
-Voy a quitarme esto, no me importa si miras. 
-Descuida, voy a la cocina a por platos y tal. 
Este tío es tonto. Se dice Charlotte. 
¡Me aburro! ¡Que pase algo! ¡Bóh! 
Ya están viendo la película, han terminado de cenar y uno está apoyado en el otro. Charlotte de pronto se despierta de su ensueño para sugerir que podrían coger un par de cervezas. A su amigo le gusta la idea. Para cuando termina la película llevan encima tres botellines cada uno. Y Charlotte está encima mordiéndole un labio. 
Pues, hale, ya está todo el pescado vendido. 
-No, Charlotte, no deberíamos. 
Qué pesado. 
-¿Eh?
-Tengo novia ahora, no deberíamos hacer estas cosas. 
-Pero no se va a enterar. Y es sólo una vez. 
-No... Quiero decir... no quiero que sea sólo una vez. 
-¿Entonces? 
-Pero no quiero dejar a Mónica. Prefiero que sigamos siendo amigos. 
Charlotte se quita la camiseta, coge sus manos y las obliga a tocar todo su cuerpo blanco y desnudo. Él besa sus pechos. Ella se retuerce y la paso las manos por el pelo. 
-No... 
-Calla... 

Bah. 

Pues tampoco ha pasado en realidad. Podría seguir pero no espero que pase nada de lo extraño aquí. Es una historia de esas que pasan a veces, que le pasan a uno o que le pasan a otros. Yo qué sé. A mí no me ha pasado. Conozco a otros que sí, pero siempre suelen acabar igual, siempre suelen desarrollarse igual y tener los mismos contratiempos resueltos de maneras distintamente complicadas. Pero da absolutamente igual. 
El amor se deshace por una cosa u otra y acabamos volviendo a sentir mariposas por otras cosas, seamos o no seamos capaces de ir a por ellas. 
En fin. 
No voy a escribir más sobre estos dos muermazos. 
Hasta otra.

lunes, 14 de noviembre de 2016

Una chica que corría y corría


Bien. Estoy algo oxidado en esto de escribir... Pero vamos a intentarlo, ¿qué os parece? Primero vamos a dibujar a la persona de la que quiero hablar, que no sé quién será o qué será. ¿Es una persona? Sí, mejor dibujamos a una persona, vamos a mantener la fantasía a mínimos de momento. Vale.

Es una chica, porque me gusta más escribir siendo una, no llega a la mayoría de edad aunque no sé por qué. Pero camina, camina, camina por una calle poco transitada, es de noche en los noventa. Pocas luces, por ley sólo las calles principales deben tener farolas de las grandes así que se ahorran un poco dejando a oscuras a los callejones. ¿Qué hace ahí?
Camina. Ay, espera, es que está llorando. ¡Y está lloviendo! Camina entre soportales, resguardándose de empaparse mientras solloza y camina. Tiene moratones en las piernas y va totalmente despeinada. Quizá haya tenido una pelea.
Se cruza con garitos, tiendas cerradas, parques deshabitados y estancos llenos de carteles luminosos, neón y clientes perdidos. Es muy de madrugada, ¿nadie la busca? Lleva una mochila un poco rota y la agarra con ambas manos, impotente. Me cae bien, aunque no sé qué le ha pasado.
–Hola, pequeña, ¿qué te pasa?
Ignora al vagabundo que le sale al paso. Sólo mira al suelo. Intenta mostrar enfado en su cara pero es una frágil máscara con la que esconde sus lamentos.
–Oh, venga. No soy tan malo. No me gusta ver una niña llorando. ¿Quieres medio donuts? Está seco. Y es de chocolate.
–¡Déjame en paz!
–¡Vale, vale! Tranquila.
Ella aligera el paso, y el vagabundo la sigue con cautela. Supongo que no quiere que le pase nada malo a la niña.

Caminan, no juntos, pero caminan. La ciudad se despeja para llegar a los suburbios, edificios más pequeños y calles más anchas a su paso. De vez en cuando cruzan un grupo de borrachos que salen, vuelven, están de fiesta. De ella se ríen, de él comentan en bajo.
–¡¿Por qué me sigues?!
–Yo no te sigo. Yo sólo estoy caminando.
–¡No me lo trago! ¡Me estás siguiendo!
–Créeme que no. Sólo quiero estirar un rato las piernas, de verdad...
La chica saca una navaja de su mochila, le tiembla la mano. Ya no llueve, sólo quedan charcos que se mezclan con sus lágrimas. Se muerde un labio. Le tiembla la boca.
–¡Largo! ¡Largo o... o ya verás!
–¡Tran-Tranquila! ¡Joder! ¡Qué susto!
–...
–Guarda eso, pequeña. De verdad. No merece la pena matar a un viejo. Me moriré dentro de poco, ya verás.
–¡Pues deja de seguirme si no quieres que ocurra antes!
El viejo mendigo baja la cabeza en signo de respeto, aunque ella no lo entienda, y se va. En total silencio.
Y ahí queda ella. Sola, en la noche. Las manos no le responden, se agitan, las piernas están inmóviles y sus ojos abiertos y cansados. Llora, sin sentirlo ya. Masculla.
–Joder.
Y guarda la navaja. Está harta. Echa a correr.

Echa a correr hasta que no pueda correr más.

Y cuando eso ocurre.

Cae de bruces en mitad del asfalto mojado.

Pérdida de consciencia.

Pero algo la empuja. Se escucha un coche.

Abre los ojos. Está magullada. Pegada a la acera. Delante de ella hay un viejo vagabundo tirado como un saco de patatas.
–¿Qué...
Se acerca al viejo, ve que su cara está apagada. Muerta. Y él también. No entiende nada. Le va a dar algo. Pero un anciano y barbudo vagabundo se acerca por detrás. Se apoya en el hombro de la pequeña. Ella se gira con reflejos felinos. Sus ojos son los ojos que ningún niño debería tener jamás.
–Tranquila... No pasa nada.
–¿Es-Está... Está muerto?!
–Claro. Pero no pasa nada.
–¡Está muerto! ¡Tenemos que llamar a una ambulancia! ¡O algo!
–No, no, no. Verás. Él sólo contaba la historia. Y no quería que te pasara nada. Ahora la historia sigue como empezó. No ha contado nada, pero eso no importa. Seas quien seas, te desea lo mejor y que sigas caminando hasta que la mañana te calme. Hasta que el cielo se despeje.
–¿Pero...? ¿Qué? ¡Estás loco! ¡Suéltame!
–Descuida, esto se acaba. Quizá algún día sepamos a dónde vas, pequeña. Ojalá y llegues pronto.
La chica, atónita, empuja al barbudo y echa a correr todavía más. Mirando atrás de vez en cuando para ver a los dos mendigos, uno muerto y otro saludando mientras se aleja de una noche que no quiere volver a vivir nunca jamás.

Historias Irrelevantes.