viernes, 17 de junio de 2016

Hay gente que lleva muchos años levantándose por la mañana

Desde las cinco de la mañana está despierto. Desde las seis de la mañana está levantado y listo para el día que le toque. Es apenas una horita, pero le da la vida. Es la mejor hora del día. ¿Por qué no va a ser la primera hora la mejor? Quizá es que su vida no le gusta, pero esta hora le ayuda a seguir adelante. Quizá soñando con un mejor futuro. Quizá con la esperanza de que algo bueno le ocurra.
Tampoco piensa mucho en eso, a él le gusta su horita de por la mañana. Que no se la quiten.

A veces es jodida, claro. No todo lo bueno es siempre y para siempre, a veces cuesta. A veces incluso puede estropearle el día. Pero él se despierta para esa hora, sea tan buena como sea, sabe que será más interesante que el resto del día.
¿Que qué hace? Lo típico. Se levanta, va al baño, se mira en el espejo y, claro, a veces no le gusta lo que ve. Otras veces ha dormido bien y se sonríe a pesar de que no le guste que la edad le deje marcas en su cara. Tampoco puede hacer nada contra el tiempo, lo ha intentado. Trescientos años son muchos para cualquiera. No me rendiré, se dice para darse ánimos.
Se echa espuma de afeitar y se deja liso y suave. Poco sospechoso. Elegante y limpio. Pulcro. Se peina las canas y se acicala los pelos que aún tiene negros. Vuelve a sonreírse para lavarse los dientes. Es un ritual largo, pero le gusta. Le da una cierta tranquilidad tener esa hora para tomarse las cosas más tontas con calma.

Va hacia la cocina, el piso no es grande y llega enseguida. Está algo sucia, no suele tener tiempo para limpiar. Recoge los cacharros de la cena con total cuidado y mimo. Siempre se dice que esta noche los recogerá para no recogerlos mañana por la mañana. Pondera contratar a alguien para que limpie aunque sea el baño y la cocina que son los sitios más engorrosos de la casa. Pero tampoco quiere nadie entre en casa.
Se prepara un desayuno, suele ser ligero, tampoco quiere cargarse. Tampoco tiene tiempo para algo elaborado. No le importa. No es exigente.

Vuelve a su cuarto a vestirse. Tiene un buen armario aunque su casa sea humilde. Si te va la vida en ello, cuidas tu imagen, es natural. Camisa, chaleco apretado, americana y pantalones con raya. Tiene otro espejo en su cuarto, claro. Su sonrisa aquí se vuelve arrogante, ya sabes, la de alguien que cree saber muy bien lo que hace y que lo que hace es lo mejor que podría hacerse. Cuando se ajusta los gemelos lo hace con cuidado y delicadeza, quizá lo más delicado que haga durante todo el día. Cada cosa tiene su manera de hacerse, piensa para sí. No hay que tener prisa, no hay que correr con las cosas importantes. Y practica diferentes expresiones para parecer más vivo, quizá más humano.

Vuelve a sonar el despertador. Son las seis. Lo mira con despecho, el despecho de cada mañana. Es hora de irse, siempre tiene miedo a oxidarse un día, pero ese día nunca llega. Quizá nunca llegue. Se ajusta las pupilas, se afina las cuerdas vocales. Coge el abrigo, el sombrero y mira que el reloj de su muñeca esté en hora.
Es hora de irse.
Se despide de su hora.
Es hora de no mirar atrás.

Hasta mañana, claro.



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