sábado, 13 de septiembre de 2014

La herencia de mi abuelo


-De pequeño me gustaba ir a casa de mi abuelo. Estaba en medio de ninguna parte, en mitad de un bosque, al lado de una carretera de montaña. Uno sólo podía llegar allí si sabía donde estaba. Mi abuelo vivía solo y aunque yo había notado cómo mis padres envejecieron nunca noté a mi abuelo más viejo de lo que ya era. Era extraño... él sobre todo era extraño, era muy amable pero siempre noté que guardaba montones de secretos. Por ejemplo me tenía prohibido bajar al sótano o mirar sus libros o entrar en su cuarto. Decía, "¡No! Son cosas de mayores". Era mi abuelo paterno y mi padre tampoco podía bajar o entrar a esos sitios. No sé, siempre me pareció raro, pero como casi no le veíamos pues no me preocupé nunca mucho. Bueno, hasta que nos llamaron hace... no sé, creo que fue como hace dos o tres meses. Nos llamaron los del hospital de la Comarca, que le habían estado llamando y que nada... Que no lo cogía, así que tuvieron que ir a ver cómo estaba.
-¿Qué le pasaba?
-No se sabe. No... No saben qué coño pudo pasar, la cosa es que entraron los de la ambulancia en la casa y lo encontraron en su cama completamente chupado, como si alguien se hubiera llevado toda la sangre. Sin marcas y sin ninguna clase de rastro. Uno de los tipos del hospital se pidió la baja, imagínate.
-Eso me suena a lo del Chupacabras, pero creo que era en... ¿Centroamérica? Por ahí, creo. Pero sólo ataca a ganado.
-También hay historias del Chupacabras matando gente pero esto no era... nada parecido. O sea. Yo... A ver, fui con mi padre para recoger trastos, ver la casa y ver qué hacer con ella porque claro, mi padre es hijo único y en teoría nos toca la casa con la herencia y tal. Entramos y fuimos a su cuarto directamente, era un cuarto normal, con unos cuantos libros raros en el escritorio pero nada fuera de lo común. No sé por qué nunca nos dejó entrar. Así que miré a mi padre y supe que ambos queríamos ir al sótano. Y... Pum. La puerta está cerrada. Mi padre con un martillo y revienta la cerradura. Y... joder. Mira. No quiero volver, ¿entiendes?
-Ni una palabra.
-Ese sótano... algo iba mal, ¿sabes? Era un lugar no muy grande, de paredes de piedra y con dibujos circulares en el suelo pero lo jodido era que sentías como si te licuases, como si te... no sé, como si te hicieses líquido. Y lo peor era que en el fondo había una especie de estatua de una mujer encapuchada con un cuenco que rebosaba algún líquido. Todo tallado, ¿eh? Esa nos la llevamos pero salimos echando ostias de aquel sótano. Luego, bueno, cogimos joyas, libros y demás, o sea, cosas de valor, para tenerlas mejor en casa que allí en el quinto coño.
-Ya, pero no has debido llamar por esto. Eso fue hace tiempo, ¿no?
-Sí... y no. ¿Te acuerdas que te he dicho que nos llevamos la estatua?
-Sí.
-Pues la puse en mi cuarto y mi vecino, ¿te acuerdas de él?
-¿El de abajo? ¿Un tío pecoso?
-Sí, ese. Pues me trajo salvia.
-Pero tú ya habías tomado antes.
-Eso es lo jodido. Mira, tomé menos de lo normal, tenía un mal presentimiento, bueno, el corazón me iba irregular, noté como que todo vibraba y de pronto no estaba ahí, estaba en el sótano de mi abuelo con la estatua en su sitio. Y... la estatua estaba como viva pero no, o sea, era de piedra, pero hablaba y se movía. Esto fue hace dos días.
-¿Qué te dijo?
-¿Quién?
-La estatua.
-Ni idea. O sea, sí, me hablaba en un idioma que no sé ni cuál es pero comprendía lo que me decía. Y, joder, en serio, qué mal rollo. Sentí lo de que me licuaba otra vez pero más fuerte, veía cómo mis manos se derretían y cómo algo o alguien me contaba secretos. Secretos que no puedo contar.
-¿Por qué no?
-Porque no los conozco, sé que los llevo, ¿entiendes? No tiene sentido, ¿no? Es como que los sé pero no los quiero saber y no los sé. ¿Me... sigues?
-Muy... poco.
-Del cuenco de la estatua se derramaba líquido, líquido de verdad, uno rojo oscuro, pringoso. Y no dejaba de salir. Y el sótano comenzaba a inundarse. Y yo como "joder, joder, joder". Pero seguía escuchando como si algo o alguien me dijese cosas al oído, de dónde venimos y quiénes somos. Pero eran cosas que yo no quería saber.
-¿Pero qué pasó con la estatua y el líquido y tal?
-Pues la estatua me decía que me callase y escuchase, que escuchar resuelve la vida y sólo oía cómo fluía aquella cosa pastosa.
-¿Y la voz esa?
-Esa no la escuchaba, o sea, era como que estaba en mi cabeza, no algo que pudiese escuchar. Estuve pensando que quizá soy yo, la voz digo. No sé. Así estuve hasta que me ahogué en el sueño o el viaje o lo que coño fuera. Mi vecino me dijo que estuve todo el rato sonriendo... Cogimos la estatua, la llevamos al jardín y con un mazo la hice añicos. Y sentí como si me liberasen de algo, ¿sabes? Como... paz.
-Joder, vaya historia.
-Y todo en un fin de semana.
-¿Sabes que aún estás soñando?
-Sí. ¿Y tú?

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Quiero una cafetera por mi cumpleaños


-Es mi primer cumpleaños en la Ciudad. Yo soy de pueblo, ¿sabe? Llevo en esta ciudad varios años pero en mi cumpleaños siempre tengo un sitio a donde volver, pero supongo que eso ya no puedo hacerlo.
-¿Por?
-Por dinero y porque ya no me llevo tan bien con esa gente como cuando era pequeño. El caso es que nunca había celebrado mi cumpleaños por todo lo grande, me gustaba que la gente que me importa se acordase, me felicitase y volviesen a sus vidas. Un mínimo, ¿entiende? Pero este año es diferente. Casi nadie se ha acordado, de mis compañeros de piso sólo uno lo sabía y ni una llamada de mi familia. Pero mi compañero del trabajo sí que se ha acordado. Y por eso vamos a donde vamos.
-¿Por eso vamos a la calle Wilbur Whateley? ¿Porque su amigo se acordó?
-Más o menos.
-¿Vive ahí o algo así?
-Más o menos. Verá... Él trabajo conmigo fregando cacharros en un bar de por aquí, yo necesito el dinero para sobrevivir, con eso me pago la comida y las facturas pero él no. Él vive en un terreno que pertenece a su familia desde ni se sabe y cultiva su comida. El dinero lo usa para comprar cosas a la gente o cosas que no puede fabricar él. Es un manitas, ¿sabe? El verano pasado construyó todo un porche para su casa. Vive en una especie de cabaña un poco elevada. Dice que está elevada porque en los tiempos de su bisabuela esto era un valle inundado.
-Yo soy extranjero, así que no tenía la menor idea.
-¿De dónde?
-Vengo de la Federación Unificada. No vaya, ese es mi consejo.
-¿Tan malo era?
-Vivía en comunas con cartas de aprovisionamiento, entre que no había mucho y muchos tenían enchufe mi familia y yo nos moríamos de hambre. Las fotos que haya podido ver usted son de la zona turística de la FU, la realidad es un país gris, geométrico y la mar de unificado, para bien y para mal.
-Joder. Pero de aspecto no dista mucho de esto, ¿no?
-Sólo con ver carteles de colores de neón me pongo contento, señor.
-¿Sabe? Eso es muy bonito. Mi amigo es del sur, negro como el carbón. Del sur del mundo, digo. Su país ahora es un destino tropical para los turistas, él prefiere estar en esta jungla de hormigón por alguna razón. El caso es que tiene mi regalo en su casa y dice que no lo puede sacar, que se escaparía.
-¿Y no se le ocurre qué puede ser?
-No... la verdad es que no.
-Pues averígüelo, hemos llegado.
-Oh... tenga, quédese con el cambio.
-Gracias, ¡hasta otra! ¡Y buena suerte!
-Lo mismo le digo.

Me bajé el taxi y caminé lento pero seguro hacia la choza de mi amigo Uruk. Él me esperaba en una silla de madera y paja con un cigarro en la boca. Me sonrió, me dio un abrazo y me dijo que le acompañase a la parte trasera de la casa. Allí, lejos de miradas indiscretas, vi algo que jamás olvidaré. Atado a un poste había una cuerda, la cual acababa en un lazo suspendido en el aire. Pensaba que era una broma de Uruk pero aquella cuerda se movía, como si estuviese atada a algo invisible, pero era extraño porque podía pasar la mano a través de ella, podía tirar de ella y deformarla. Me dijo que le estaba haciendo daño a mi regalo, que esperase a que se hiciese de noche. Y eso hicimos. Tomamos un té especial que él mismo cultiva y esperamos a la noche. Noche abierta. Ni una nube, las dos de la mañana. Aquello comenzó a tomar forma. Poco a poco vi mi regalo aparecer. Era de muchos colores, la cabeza era morada, me miraba con ojos de ciervo y tenía un cuerno tricolor de medio metro. Aquella bestia era magnífica y elegante, parecía un caballo.
-Es un unicornio.
-¿Qué?
-Que es un puto unicornio, lo capturé anoche.
Claro, ¿qué dices? Yo no dije nada. Prefería no hacerlo. Abracé a la extraña criatura; yo pensaba que los unicornios eran caballos con un cuerno en la cabeza pero según rodeé con mis brazos su cuello supe que no podía ser otra cosa, que aquello era un unicornio y Uruk me lo había regalado.
-¿Pero qué hago yo con esto ahora?
-Puedes robarle el cuerno y pedir un deseo o puedes cabalgarlo si se deja.
-Si le quito el cuerno, ¿qué le pasará a él?
-Que moriría. No te preocupes hay mogollón de unicornios.
-No puedo matarle por un deseo.
-Tú mismo. Es tu regalo de cumpleaños.
Se sentó y se fumó otro cigarrillo.

Al final, después de mucho pensarlo, le quité el cuerno. Entonces vi caer lentamente a aquella bestia, como si se derrumbase un coloso de piedra. No tocó el suelo, se deshizo en luciérnagas. Cuando llevas un tiempo con Uruk ya no te preguntas según qué cosas...
El caso es que tenía el cuerno en la mano y deseé algo que creo que fue bueno. Deseé que Uruk me regalase una cafetera por mi cumpleaños.
A veces creo ver que una estrella hace chiribitas para mí, y siempre creo y estoy convencido de que es aquel unicornio que nunca conocí.

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