lunes, 13 de enero de 2014

¿A qué sabe un yogur esta noche?

"Noches que vuelan con las estrellas" pensó la joven Caroline mientras caminaba por la azotea de un edificio abandonado. Se apresuró a escribirlo en su desgastada libreta mágica. Era mágica para ella al menos. Un pájaro en plena noche se posó sobre una vieja antena parabólica:
-¿Qué haces aquí arriba, pequeña Caroline?
Caroline no conocía al viejo cuervo de voz ronca y graznidos siniestros pero sabe que no son de fiar. Saca un yogur y le chupa la tapa, ve como el impaciente cuervo se mueve nervioso de un lado a otro, aún viejo se mueve tanto como un recién salido del nido.
-No esperaba que alguien como usted se presentase ante mí, es un honor. Quizá.
-Oh, Caroline, cierto, no sabes quién soy. -dijo mientras de un salto se colocó encima del macizo de cemento que guarda los motores del ascensor- Pero ya nos hemos visto muchas veces. A mí y a mis compañeros.
Cuando pronunció "compañeros" Caroline sintió como si mil voces hubiesen salido de aquel anciano y tenebroso cuervo. Los cuervos no son de fiar. Los cuervos no son de fiar.
-Permíteme que me vuelva a presentar. Somos quienes somos, como todos, somos portadores, somos guardianes, somos aquellos que observan sin juzgar. Bienvenida a la noche aunque seamos quienes te susurran por el día. Sin amigos, sin hogar, sin objetivo, inexistentes, los cuervos de Ravennáh te han observado y has sentido el son de sus alas en cada escalofrío pequeña Caroline.
Caroline se mantuvo fuerte ante cada palabra del cuervo, aunque comenzaba a ponerse nerviosa por la fuerte presencia de aquella oscura ave siguió comiendo tranquilamente su yogur como si tal cosa. El cuervo pasó a otra estancia más confortable, el muro en el que se apoyaba Caroline. Una vez estuvo cómodo prosiguió con su discurso:
-Bienvenida una vez más a esta parafernalia. Tu memoria no está intacta, pequeña Caroline, pero te recuerdo una vez más que ya nos hemos visto. Y que me ha costado encontrarte, mas los cuervos tienen un ojo para ver y desde la Luna nueva te encontré. Te traigo un recuerdo pequeña Caroline, un regalo, un pasado ahora presente. -El cuervo levantó una ala y Caroline por un momento se entusiasmó por la envergadura y la belleza mineral que el plumaje del cuervo mostraba, metió su pico dentro de su ala y sacó un pequeño bombín con una flor violeta, lo depositó delante de ella- Perdónanos, oh, pequeña Caroline, por no traértelo antes. Diosa de la noche que perdió su corona, nosotros te la trajimos de vuelta como me pediste hace trescientos.
Caroline comenzó a recordar, a su cabeza llegaron cientos de imágenes como de otra vida, la vida comenzó a distorsionarse, el cuervo la miraba de frente muy tranquilo. Poco a poco Caroline caía al suelo, sentía sus rodillas rendirse, su cabeza irse y su mirada, perdida, buscaba un sitio sobre el que apoyarse. Apenas escuchó las últimas palabras del cuervo cuya voz valió por miles en un sólo instante.
-Y así el trato ha sido sellado entre los cuervos de Ravennáh y la diosa de esta noche.
Los ojos de Caroline se entrecerraban y mareada caía al suelo. Finalmente el viejo cuervo añadió, con su única voz ahogada y ronca:
-Sueña.
Los ojos de Caroline se cerraron inevitablemente y despertó en su cama una luminosa mañana de domingo, blanca y azul clarito, entre sábanas blancas y con un pijama a cuadros de chico que le encantaba. Caroline mira en el cajón de su mesilla, encuentra aquel bombín con la flor de plástico violeta y siente que está sonriendo.
"Mañanas que bailan en la noche" pensó la joven Caroline y sacó su vieja libreta negra del segundo cajón de la mesilla para apuntarlo apresuradamente.

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