"Noches que vuelan con las estrellas" pensó la joven Caroline mientras caminaba por la azotea de un edificio abandonado. Se apresuró a escribirlo en su desgastada libreta mágica. Era mágica para ella al menos. Un pájaro en plena noche se posó sobre una vieja antena parabólica:
-¿Qué haces aquí arriba, pequeña Caroline?
Caroline no conocía al viejo cuervo de voz ronca y graznidos siniestros pero sabe que no son de fiar. Saca un yogur y le chupa la tapa, ve como el impaciente cuervo se mueve nervioso de un lado a otro, aún viejo se mueve tanto como un recién salido del nido.
-No esperaba que alguien como usted se presentase ante mí, es un honor. Quizá.
-Oh, Caroline, cierto, no sabes quién soy. -dijo mientras de un salto se colocó encima del macizo de cemento que guarda los motores del ascensor- Pero ya nos hemos visto muchas veces. A mí y a mis compañeros.
Cuando pronunció "compañeros" Caroline sintió como si mil voces hubiesen salido de aquel anciano y tenebroso cuervo. Los cuervos no son de fiar. Los cuervos no son de fiar.
-Permíteme que me vuelva a presentar. Somos quienes somos, como todos, somos portadores, somos guardianes, somos aquellos que observan sin juzgar. Bienvenida a la noche aunque seamos quienes te susurran por el día. Sin amigos, sin hogar, sin objetivo, inexistentes, los cuervos de Ravennáh te han observado y has sentido el son de sus alas en cada escalofrío pequeña Caroline.
Caroline se mantuvo fuerte ante cada palabra del cuervo, aunque comenzaba a ponerse nerviosa por la fuerte presencia de aquella oscura ave siguió comiendo tranquilamente su yogur como si tal cosa. El cuervo pasó a otra estancia más confortable, el muro en el que se apoyaba Caroline. Una vez estuvo cómodo prosiguió con su discurso:
-Bienvenida una vez más a esta parafernalia. Tu memoria no está intacta, pequeña Caroline, pero te recuerdo una vez más que ya nos hemos visto. Y que me ha costado encontrarte, mas los cuervos tienen un ojo para ver y desde la Luna nueva te encontré. Te traigo un recuerdo pequeña Caroline, un regalo, un pasado ahora presente. -El cuervo levantó una ala y Caroline por un momento se entusiasmó por la envergadura y la belleza mineral que el plumaje del cuervo mostraba, metió su pico dentro de su ala y sacó un pequeño bombín con una flor violeta, lo depositó delante de ella- Perdónanos, oh, pequeña Caroline, por no traértelo antes. Diosa de la noche que perdió su corona, nosotros te la trajimos de vuelta como me pediste hace trescientos.
Caroline comenzó a recordar, a su cabeza llegaron cientos de imágenes como de otra vida, la vida comenzó a distorsionarse, el cuervo la miraba de frente muy tranquilo. Poco a poco Caroline caía al suelo, sentía sus rodillas rendirse, su cabeza irse y su mirada, perdida, buscaba un sitio sobre el que apoyarse. Apenas escuchó las últimas palabras del cuervo cuya voz valió por miles en un sólo instante.
-Y así el trato ha sido sellado entre los cuervos de Ravennáh y la diosa de esta noche.
Los ojos de Caroline se entrecerraban y mareada caía al suelo. Finalmente el viejo cuervo añadió, con su única voz ahogada y ronca:
-Sueña.
Los ojos de Caroline se cerraron inevitablemente y despertó en su cama una luminosa mañana de domingo, blanca y azul clarito, entre sábanas blancas y con un pijama a cuadros de chico que le encantaba. Caroline mira en el cajón de su mesilla, encuentra aquel bombín con la flor de plástico violeta y siente que está sonriendo.
"Mañanas que bailan en la noche" pensó la joven Caroline y sacó su vieja libreta negra del segundo cajón de la mesilla para apuntarlo apresuradamente.
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-¿Qué haces aquí arriba, pequeña Caroline?
Caroline no conocía al viejo cuervo de voz ronca y graznidos siniestros pero sabe que no son de fiar. Saca un yogur y le chupa la tapa, ve como el impaciente cuervo se mueve nervioso de un lado a otro, aún viejo se mueve tanto como un recién salido del nido.
-No esperaba que alguien como usted se presentase ante mí, es un honor. Quizá.
-Oh, Caroline, cierto, no sabes quién soy. -dijo mientras de un salto se colocó encima del macizo de cemento que guarda los motores del ascensor- Pero ya nos hemos visto muchas veces. A mí y a mis compañeros.
Cuando pronunció "compañeros" Caroline sintió como si mil voces hubiesen salido de aquel anciano y tenebroso cuervo. Los cuervos no son de fiar. Los cuervos no son de fiar.
-Permíteme que me vuelva a presentar. Somos quienes somos, como todos, somos portadores, somos guardianes, somos aquellos que observan sin juzgar. Bienvenida a la noche aunque seamos quienes te susurran por el día. Sin amigos, sin hogar, sin objetivo, inexistentes, los cuervos de Ravennáh te han observado y has sentido el son de sus alas en cada escalofrío pequeña Caroline.
Caroline se mantuvo fuerte ante cada palabra del cuervo, aunque comenzaba a ponerse nerviosa por la fuerte presencia de aquella oscura ave siguió comiendo tranquilamente su yogur como si tal cosa. El cuervo pasó a otra estancia más confortable, el muro en el que se apoyaba Caroline. Una vez estuvo cómodo prosiguió con su discurso:
-Bienvenida una vez más a esta parafernalia. Tu memoria no está intacta, pequeña Caroline, pero te recuerdo una vez más que ya nos hemos visto. Y que me ha costado encontrarte, mas los cuervos tienen un ojo para ver y desde la Luna nueva te encontré. Te traigo un recuerdo pequeña Caroline, un regalo, un pasado ahora presente. -El cuervo levantó una ala y Caroline por un momento se entusiasmó por la envergadura y la belleza mineral que el plumaje del cuervo mostraba, metió su pico dentro de su ala y sacó un pequeño bombín con una flor violeta, lo depositó delante de ella- Perdónanos, oh, pequeña Caroline, por no traértelo antes. Diosa de la noche que perdió su corona, nosotros te la trajimos de vuelta como me pediste hace trescientos.
Caroline comenzó a recordar, a su cabeza llegaron cientos de imágenes como de otra vida, la vida comenzó a distorsionarse, el cuervo la miraba de frente muy tranquilo. Poco a poco Caroline caía al suelo, sentía sus rodillas rendirse, su cabeza irse y su mirada, perdida, buscaba un sitio sobre el que apoyarse. Apenas escuchó las últimas palabras del cuervo cuya voz valió por miles en un sólo instante.
-Y así el trato ha sido sellado entre los cuervos de Ravennáh y la diosa de esta noche.
Los ojos de Caroline se entrecerraban y mareada caía al suelo. Finalmente el viejo cuervo añadió, con su única voz ahogada y ronca:
-Sueña.
Los ojos de Caroline se cerraron inevitablemente y despertó en su cama una luminosa mañana de domingo, blanca y azul clarito, entre sábanas blancas y con un pijama a cuadros de chico que le encantaba. Caroline mira en el cajón de su mesilla, encuentra aquel bombín con la flor de plástico violeta y siente que está sonriendo.
"Mañanas que bailan en la noche" pensó la joven Caroline y sacó su vieja libreta negra del segundo cajón de la mesilla para apuntarlo apresuradamente.
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