sábado, 13 de septiembre de 2014

La herencia de mi abuelo


-De pequeño me gustaba ir a casa de mi abuelo. Estaba en medio de ninguna parte, en mitad de un bosque, al lado de una carretera de montaña. Uno sólo podía llegar allí si sabía donde estaba. Mi abuelo vivía solo y aunque yo había notado cómo mis padres envejecieron nunca noté a mi abuelo más viejo de lo que ya era. Era extraño... él sobre todo era extraño, era muy amable pero siempre noté que guardaba montones de secretos. Por ejemplo me tenía prohibido bajar al sótano o mirar sus libros o entrar en su cuarto. Decía, "¡No! Son cosas de mayores". Era mi abuelo paterno y mi padre tampoco podía bajar o entrar a esos sitios. No sé, siempre me pareció raro, pero como casi no le veíamos pues no me preocupé nunca mucho. Bueno, hasta que nos llamaron hace... no sé, creo que fue como hace dos o tres meses. Nos llamaron los del hospital de la Comarca, que le habían estado llamando y que nada... Que no lo cogía, así que tuvieron que ir a ver cómo estaba.
-¿Qué le pasaba?
-No se sabe. No... No saben qué coño pudo pasar, la cosa es que entraron los de la ambulancia en la casa y lo encontraron en su cama completamente chupado, como si alguien se hubiera llevado toda la sangre. Sin marcas y sin ninguna clase de rastro. Uno de los tipos del hospital se pidió la baja, imagínate.
-Eso me suena a lo del Chupacabras, pero creo que era en... ¿Centroamérica? Por ahí, creo. Pero sólo ataca a ganado.
-También hay historias del Chupacabras matando gente pero esto no era... nada parecido. O sea. Yo... A ver, fui con mi padre para recoger trastos, ver la casa y ver qué hacer con ella porque claro, mi padre es hijo único y en teoría nos toca la casa con la herencia y tal. Entramos y fuimos a su cuarto directamente, era un cuarto normal, con unos cuantos libros raros en el escritorio pero nada fuera de lo común. No sé por qué nunca nos dejó entrar. Así que miré a mi padre y supe que ambos queríamos ir al sótano. Y... Pum. La puerta está cerrada. Mi padre con un martillo y revienta la cerradura. Y... joder. Mira. No quiero volver, ¿entiendes?
-Ni una palabra.
-Ese sótano... algo iba mal, ¿sabes? Era un lugar no muy grande, de paredes de piedra y con dibujos circulares en el suelo pero lo jodido era que sentías como si te licuases, como si te... no sé, como si te hicieses líquido. Y lo peor era que en el fondo había una especie de estatua de una mujer encapuchada con un cuenco que rebosaba algún líquido. Todo tallado, ¿eh? Esa nos la llevamos pero salimos echando ostias de aquel sótano. Luego, bueno, cogimos joyas, libros y demás, o sea, cosas de valor, para tenerlas mejor en casa que allí en el quinto coño.
-Ya, pero no has debido llamar por esto. Eso fue hace tiempo, ¿no?
-Sí... y no. ¿Te acuerdas que te he dicho que nos llevamos la estatua?
-Sí.
-Pues la puse en mi cuarto y mi vecino, ¿te acuerdas de él?
-¿El de abajo? ¿Un tío pecoso?
-Sí, ese. Pues me trajo salvia.
-Pero tú ya habías tomado antes.
-Eso es lo jodido. Mira, tomé menos de lo normal, tenía un mal presentimiento, bueno, el corazón me iba irregular, noté como que todo vibraba y de pronto no estaba ahí, estaba en el sótano de mi abuelo con la estatua en su sitio. Y... la estatua estaba como viva pero no, o sea, era de piedra, pero hablaba y se movía. Esto fue hace dos días.
-¿Qué te dijo?
-¿Quién?
-La estatua.
-Ni idea. O sea, sí, me hablaba en un idioma que no sé ni cuál es pero comprendía lo que me decía. Y, joder, en serio, qué mal rollo. Sentí lo de que me licuaba otra vez pero más fuerte, veía cómo mis manos se derretían y cómo algo o alguien me contaba secretos. Secretos que no puedo contar.
-¿Por qué no?
-Porque no los conozco, sé que los llevo, ¿entiendes? No tiene sentido, ¿no? Es como que los sé pero no los quiero saber y no los sé. ¿Me... sigues?
-Muy... poco.
-Del cuenco de la estatua se derramaba líquido, líquido de verdad, uno rojo oscuro, pringoso. Y no dejaba de salir. Y el sótano comenzaba a inundarse. Y yo como "joder, joder, joder". Pero seguía escuchando como si algo o alguien me dijese cosas al oído, de dónde venimos y quiénes somos. Pero eran cosas que yo no quería saber.
-¿Pero qué pasó con la estatua y el líquido y tal?
-Pues la estatua me decía que me callase y escuchase, que escuchar resuelve la vida y sólo oía cómo fluía aquella cosa pastosa.
-¿Y la voz esa?
-Esa no la escuchaba, o sea, era como que estaba en mi cabeza, no algo que pudiese escuchar. Estuve pensando que quizá soy yo, la voz digo. No sé. Así estuve hasta que me ahogué en el sueño o el viaje o lo que coño fuera. Mi vecino me dijo que estuve todo el rato sonriendo... Cogimos la estatua, la llevamos al jardín y con un mazo la hice añicos. Y sentí como si me liberasen de algo, ¿sabes? Como... paz.
-Joder, vaya historia.
-Y todo en un fin de semana.
-¿Sabes que aún estás soñando?
-Sí. ¿Y tú?

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Quiero una cafetera por mi cumpleaños


-Es mi primer cumpleaños en la Ciudad. Yo soy de pueblo, ¿sabe? Llevo en esta ciudad varios años pero en mi cumpleaños siempre tengo un sitio a donde volver, pero supongo que eso ya no puedo hacerlo.
-¿Por?
-Por dinero y porque ya no me llevo tan bien con esa gente como cuando era pequeño. El caso es que nunca había celebrado mi cumpleaños por todo lo grande, me gustaba que la gente que me importa se acordase, me felicitase y volviesen a sus vidas. Un mínimo, ¿entiende? Pero este año es diferente. Casi nadie se ha acordado, de mis compañeros de piso sólo uno lo sabía y ni una llamada de mi familia. Pero mi compañero del trabajo sí que se ha acordado. Y por eso vamos a donde vamos.
-¿Por eso vamos a la calle Wilbur Whateley? ¿Porque su amigo se acordó?
-Más o menos.
-¿Vive ahí o algo así?
-Más o menos. Verá... Él trabajo conmigo fregando cacharros en un bar de por aquí, yo necesito el dinero para sobrevivir, con eso me pago la comida y las facturas pero él no. Él vive en un terreno que pertenece a su familia desde ni se sabe y cultiva su comida. El dinero lo usa para comprar cosas a la gente o cosas que no puede fabricar él. Es un manitas, ¿sabe? El verano pasado construyó todo un porche para su casa. Vive en una especie de cabaña un poco elevada. Dice que está elevada porque en los tiempos de su bisabuela esto era un valle inundado.
-Yo soy extranjero, así que no tenía la menor idea.
-¿De dónde?
-Vengo de la Federación Unificada. No vaya, ese es mi consejo.
-¿Tan malo era?
-Vivía en comunas con cartas de aprovisionamiento, entre que no había mucho y muchos tenían enchufe mi familia y yo nos moríamos de hambre. Las fotos que haya podido ver usted son de la zona turística de la FU, la realidad es un país gris, geométrico y la mar de unificado, para bien y para mal.
-Joder. Pero de aspecto no dista mucho de esto, ¿no?
-Sólo con ver carteles de colores de neón me pongo contento, señor.
-¿Sabe? Eso es muy bonito. Mi amigo es del sur, negro como el carbón. Del sur del mundo, digo. Su país ahora es un destino tropical para los turistas, él prefiere estar en esta jungla de hormigón por alguna razón. El caso es que tiene mi regalo en su casa y dice que no lo puede sacar, que se escaparía.
-¿Y no se le ocurre qué puede ser?
-No... la verdad es que no.
-Pues averígüelo, hemos llegado.
-Oh... tenga, quédese con el cambio.
-Gracias, ¡hasta otra! ¡Y buena suerte!
-Lo mismo le digo.

Me bajé el taxi y caminé lento pero seguro hacia la choza de mi amigo Uruk. Él me esperaba en una silla de madera y paja con un cigarro en la boca. Me sonrió, me dio un abrazo y me dijo que le acompañase a la parte trasera de la casa. Allí, lejos de miradas indiscretas, vi algo que jamás olvidaré. Atado a un poste había una cuerda, la cual acababa en un lazo suspendido en el aire. Pensaba que era una broma de Uruk pero aquella cuerda se movía, como si estuviese atada a algo invisible, pero era extraño porque podía pasar la mano a través de ella, podía tirar de ella y deformarla. Me dijo que le estaba haciendo daño a mi regalo, que esperase a que se hiciese de noche. Y eso hicimos. Tomamos un té especial que él mismo cultiva y esperamos a la noche. Noche abierta. Ni una nube, las dos de la mañana. Aquello comenzó a tomar forma. Poco a poco vi mi regalo aparecer. Era de muchos colores, la cabeza era morada, me miraba con ojos de ciervo y tenía un cuerno tricolor de medio metro. Aquella bestia era magnífica y elegante, parecía un caballo.
-Es un unicornio.
-¿Qué?
-Que es un puto unicornio, lo capturé anoche.
Claro, ¿qué dices? Yo no dije nada. Prefería no hacerlo. Abracé a la extraña criatura; yo pensaba que los unicornios eran caballos con un cuerno en la cabeza pero según rodeé con mis brazos su cuello supe que no podía ser otra cosa, que aquello era un unicornio y Uruk me lo había regalado.
-¿Pero qué hago yo con esto ahora?
-Puedes robarle el cuerno y pedir un deseo o puedes cabalgarlo si se deja.
-Si le quito el cuerno, ¿qué le pasará a él?
-Que moriría. No te preocupes hay mogollón de unicornios.
-No puedo matarle por un deseo.
-Tú mismo. Es tu regalo de cumpleaños.
Se sentó y se fumó otro cigarrillo.

Al final, después de mucho pensarlo, le quité el cuerno. Entonces vi caer lentamente a aquella bestia, como si se derrumbase un coloso de piedra. No tocó el suelo, se deshizo en luciérnagas. Cuando llevas un tiempo con Uruk ya no te preguntas según qué cosas...
El caso es que tenía el cuerno en la mano y deseé algo que creo que fue bueno. Deseé que Uruk me regalase una cafetera por mi cumpleaños.
A veces creo ver que una estrella hace chiribitas para mí, y siempre creo y estoy convencido de que es aquel unicornio que nunca conocí.

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martes, 29 de julio de 2014

Testimonio de Samanta

Ya hace dos semanas que vivo sola en casa de mis padres. Se fueron, no dijeron a dónde ni cuánto. Supongo que es mejor así. Me he teñido de moreno, antes tenía el pelo de colores y creo que esto me sienta mejor. No queda nadie por aquí y me paso la mayor parte del día en casa, leo, hablo por teléfono, veo la tele y hago las tareas de la casa. A veces cuando desayuno veo los dibujos animados pensando en lo bonito que sería tomar un café asomada a la ventana. Me encantan esas imágenes son como de peli, la realidad es algo menos glamurosa, supongo.
A veces cojo la espada de papá y me pongo a dibujarme historias de piratas en la cabeza. Otros días hago la “noche de terror” y me pongo a leer historietas de terror o me veo películas de miedo hasta que amanece. Me gusta hacer la compra también, creo que a todo el mundo le gusta decidir cosas ya sea la marca del zumo de naranja o qué camino tomar de vuelta a casa. Nunca repito. De ninguna de las dos cosas. Si buscas yo creo que verás que hay más marcas de zumos de naranja que religiones en el mundo.  
Me he puesto a hablar hasta con las persianas, bueno, no, pero sí con un amigo imaginario que tuve de pequeña. Me imagino que existe o que… ¿nunca ha dejado de existir? No sé. El caso es que me gusta hablar con él, me despeja. Hoy me hice pollo. Con arroz. Y así me va. ¿No? A veces quiero que mis padres vuelvan porque la casa está silenciosa, a veces me siento como si estuviese en una casa que no es mía, allanamiento y esas cosas. Compré batidos.
A veces doy paseos por la noche, es entretenido. No hay nadie, hace fresquito y hay un supermercado que cierra a las tantas así que puedo comprar chuches. Creo que me quedaría bien el pelo corto. O sea, corto cortito. Que se me vea la nuca.
El otro día me bajé la silla de la playa al parque de aquí al lado y me puse a comer pipas escuchando la banda sonora de Little Miss Sunshine. ¡Se me pasó la mañana volando! Mañana haré lo de mirar por la ventana con una taza de café, aunque conociéndome será Cola Cao. A veces pienso en cómo sería ser una roca y rodar río abajo. También en qué se debe sentir al ser madre de alguien, o a dónde vamos la humanidad. ¿Las cosas se repiten una y otra vez? ¿Por qué? Luego me hago una ensalada con filetitos troceados. Dejé de fumar hace un par de años, no me sentaba bien, creo. Ahora me siento mejor desde luego. ¿Y si pudiese cambiar mis decisiones?
Al final sólo nos queda que la vida nos arroye de una vez y miremos hacia donde queramos, esperando o sin esperar que algo nos abrace. Me gusta ese pensamiento. Escuché una vez uno muy bonito, “al final sólo puedes esperar que tu último pensamiento sea bueno”. Me gustan las frases que empiezan por “Al final”, después de ellas hay silencio ocupado por la banda sonora y un zoom hacia fuera mientras ves sonreír a la chica de la taza de café que se asomó una mañana por la ventana. ¿Qué hará después? Eso se lo pregunté una vez a un amigo, me dijo algo que me gustó. Aunque para que me gustase lo tuve que pensar dos veces.
-¿Qué hará después de eso?
-Oh, fácil. Vivir su vida, imagino.
Ahora me gusta más cada vez que lo recuerdo. Todas las cosas siguen, sólo hay que saber cómo escucharlas, supongo.

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jueves, 24 de julio de 2014

Playas nubladas

-He... he vuelto a la playa. Sólo quería saber si... bueno, si tú estarías por aquí. 
-Oh... bueno, no te puedo decir que sí, ¿lo comprendes?
-Perfectamente. Sí. 
-Es marzo, ¿qué se te ha perdido por allí?
-Tú.
-Ah... esto... sí, bueno. Disculpa un momento, ¿quieres? -¿Qué hago? Quiere verme.
-¿Sigues ahí?
-Ah, sí, sí. Eh... ¿hasta cuando estarás? -Calla, calla, que no le escucho.
-Hasta finales, el último sábado. 
-Entiendo... pues, mira, yo iré a mediados, ¿qué te parece si... ya sabes?
-¿Nos tomamos un café?
-Sí, suena genial. 
-Guay. Pues... eso, nos vemos allí, ¿no?
-Te llamaré. 
-Vale, perfecto, sí, suena muy bien, sí. 
-Hasta luego. 
-A-... Adiós.

Ya llevan haciendo esta clase de cosas varios años. Se quieren y dejan de querer. Si te parecen absurdos quizá es que nunca has estado enamorado. Ven, siéntate. Esta foto me la mandaron unos viejos amigos. Creo que es Finlandia, no estoy seguro. Fue en su Luna de Miel, querían que me acordase. Sí... ¡Fueron buenos tiempos! ¿No te parece?


Oh, sí, perdona, mis modales, ¿quieres algo? ¿Un café, un té, una cerveza? Ah, cierto, qué cabeza, me estás leyendo. ¡Hola! Encantado. Ni si quiera me ves, ¿verdad? No pasa nada, no hará falta. Me llaman "Narrador", cuento las vidas de otros, un trabajo apasionante. No va con segundas, de verdad, me gusta esto. Es como no parar de leer historias y ver películas. Un narrador no crea nada, ni siquiera cuenta, tan sólo hace lo que le es propio, ¡narra! No controlo los eventos, emociones y acciones de los personajes. Ojalá. Estos dos no hubiesen roto cuatro veces. La de Galicia fue la peor. Era un noche lluviosa, ella estaba en su cama, la luz de la Luna iluminaba tenuemente la estancia y notaba el calor de su cabeza apoyada en sus hombros. Oh, tenías que ver su cara, estaba realmente satisfecha con esto que se planteaba siempre, con "vivir", la vida no había sido muy fácil para ella. También ocurría que se la complicaba ella sola, pero eso es otra historia. Hubo un momento que rompió el silencio:
-¿Te ha gustado?
-¿Ehm...? Sí... mucho-sonrió-.
-Genial, así no me sentiré mal cuando me vaya. 
-¿Cómo? -Ella se recostó. Él la miró anonadado. 
-Creí que te lo había dicho.
-Es evidente que no.
-Mañana me voy a Helsinki. 
-¡¿Qué?!
-¿A qué viene tanta sorpresa?
-¡¿Cómo que a qué viene tanta sorpresa?! ¿Acaso te importo una mierda?
-¿Qué? ¿Qué dices?
-Mi novio se mañana a Helsinki y me entero la noche de antes. Gracias. ¿Sabes? Gracias. Me has ayudado a darme cuenta de que eres un capullo.
-Qué dramática, no es para tanto.
-¿Ah no? ¿Cuánto te vas?
-Dos meses. 
-O sea que no te veré en dos putos meses a partir de mañana. 
-Sí...
-Genial. ¿Sabes? De puta madre. 
-Venga cariño, no es para tanto. Tengo Skype.
-Vete. En serio.
-Pero, cielo...
-Vete.
-¿Qué coño te pasa?
-¡¿Que qué me pasa?! Vete de una puta vez. Ni me llames. Que te jodan. Vete. Vete ahora. Ya.
-Pero tía, que te quiero, ¿qué dices?
-Y una puta mierda. Vete ahora mismo de mi cama y de mi casa. 
-Tranquila tía, mira, te llamo mañana, ¿vale?
-No te enteras, ¿eh? Mucha mierda en la cabeza, ¿no?
-¿Qué dices?
-¡Estoy harta! ¡¿Me oyes?! ¡Harta!
-Que sí, que sí. Te veo mañana. 
Pegó un portazo. Ella al instante se puso a llorar y a golpear la pared mientras gritaba su nombre, una y otra vez. Y frases sueltas como "¿por qué me haces esto?" o "¿qué he hecho? ¿Qué he hecho?". Aunque no sólo por esto es la peor, al día siguiente él la llamó. Resulta que el billete de avión era para el aeropuerto de Santiago de Compostela y no tenía cómo ir. Había dormido debajo de un puente por el chaparrón y necesitaba a alguien que le llevase porque él no tenía un duro. Ella accedió, apareció hecha un desastre y en bata. Se subió. Llevaban veinte minutos en total silencio. Él intentó decidir algo pero ella encendió la radio al instante. Llegaron al aeropuerto.
-Gracias, cariño. Te llamaré cuando llegué.
-Que. Te. Jodan.
Y aceleró. Resultó que le había dejado en el aeropuerto de La Coruña. Él perdió el avión y del cabreo no hablaron en ocho meses. Fue jodido. ¿Yo? Ah, estuve narrando otras cosas. Siempre hay algo que contar, no te preocupes. 
Oh, ya es la hora, disculpa. Tienes que irte, bueno, no, no es tan simple. La cosa es que nuestra comunicación se corta ya. Lo siento. ¡Ya nos veremos! 
Cuídate y ¡sigue radiando belleza como hasta ahora!



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miércoles, 23 de julio de 2014

Bajo dos semáforos

-Cuando era pequeña tenía este lugar en mi cabeza. El único lugar donde podía huir de los gritos, las peleas, la televisión y todo lo que ardía en mi casa. Mi madre era frenética, mis hermanos pasaban el día incordiándose el uno al otro y ni que decir cuando mi padre llegaba a casa. Siempre fui "la niñita de papá" pero eso no me excluía de los castigos, los gritos y su mala leche. Así que iba allí como medio de escape. 
-¿Tan horrible era?
-Ni te imaginas-sorbió un poco de café-.
-¿Y cómo era el lugar?
-El lugar existe, o existió al menos. No recuerdo a dónde viajábamos, sólo recuerdo ir al funeral de algún familiar lejano. En medio de una autopista larga como la eternidad vimos dos semáforos en rojo. Mi padre se paró aunque no sabía muy bien por qué. Estuvimos allí un rato y viendo que no cambiaban a verde se bajó a ver qué pasaba con ellos. El resto de la familia aprovechó para estirar las piernas. Siempre fui una niña muy juguetona así que me fui a explorar. Acabé en una arboleda que imaginé que era un reino mágico, ya sabes, cosas de niñas. Me lo pasé tan bien que perdí la noción del tiempo, cuando volví al coche mis padres se habían ido junto a mis hermanos. 
-Qué dices.
-De verdad.
-No me lo creo, ¿tus padres se olvidaron de ti? 
-Siempre fui callada y ellos descuidados, entonces lo vi normal. 
-¿En serio?
-Es que ya lo habían hecho antes. 
-Joder... 
Sorbió un poco más antes de volver a hablar.
-Bueno, cómo te decía. Allí estaba yo, junto a esos dos semáforos en medio de la nada. Todo en silencio. No imaginas qué silencio. Nunca había estado en un lugar así antes, era como un reino mágico pero esta vez no se sentía imaginado, se sentía auténticamente mágico. 
-¿Y tus padres?
-Los volví volver a las tres horas, estuvieron un trecho de camino sin que supieran que yo no estaba. 
-¿No te gritaron ni nada?
-Claro que sí, pero no me importaba, había estado en el lugar más maravilloso del mundo. Por eso desde entonces siempre que estaba mal o que las cosas en casa no iban... ¿bien? me encerraba en mi cuarto y pensaba que estaba allí, con el ruido de las cigarras, el olor a bosque y esos semáforos parando a todo el que pasaba sólo para que viese el mundo por el que iba. 
-No había caído en eso de las semáforos. 
-Deberían poner más. 
-¿Tú crees? 
-Esos semáforos seguramente ya no estén, serían de una obra o algo. Debería haber semáforos en permanente rojo en carreteras interminables. 
-La gente se enfadaría. 
-La gente se enfada de todas formas.
-Bien visto, trae la taza que te echo más. 
-Gracias, pero sólo la leche esta vez, no soy muy de café-soltó una risita adorable-. 
-¿Y qué tal la uni?






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viernes, 18 de julio de 2014

La casa del lago

       
Domingo 26 de febrero de 1989
             
        Este es un sueño recurrente que tengo. Me despierto en mi antigua casa de vacaciones, bueno, mía no fue nunca, era de mis tío-abuelos y pasábamos allí el mes de abril, siempre, hasta que cumplí quince años. Me despierto en la que era la cama de mi padre y estoy tumbado junto a Julia, ya sabes cuál. Me levanto, hago el desayuno, es marzo, por cierto, como una tostada o dos, depende del día, zumo de naranja, vaso de leche, miro un periódico que no existe y del que no logro leer nada y salgo a dar una vuelta por la finca. Acabo siempre en el lago dándome un baño mientras Julia con una taza de chocolate y un albornoz me mira y sonríe. Tiene el pelo mojado y no se ha bañado ni duchado. Cuando me quiero dar cuenta soy viejo y estoy con dos antiguas maletas en la antigua carretera mirando hacia la espesura del bosque. 

No creo que signifique nada en particular, te lo quería contar porque me parece curioso. Además, no sé, creo que quizá debería volver. Y te juro que hubiera ido ya si no hubiese sido justo Julia quien se ahogó en aquel lago. Es de esas cosas que no se cierran y soñar con su sonrisa cada día es... jodido. Si tan sólo pudiera cogerla de la mano una vez más. Divago. Lo siento. 
Lo importante de todo esto es que cada vez que sueño con ello tengo unas ganas inmensas de encender la luz de mi cuarto y sea aquella casa apartada del mundo. La casa del lago. 

¿Sabes? Voy a empezar a organizar un viaje, un viaje a ella, lleva abandonada quince años pero algo me dice que sigue ahí y que ahí están las respuestas que necesito. Sí. Iré. Definitivamente. 

Siempre tuyo.






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Miércoles 1 de marzo de 1989

        Quiero escribirte antes y después de ir a la casa del lago. No sé por qué creo que cambiaré si voy, es como una despedida, ¿sabes? Como un testimonio de lo que fue para que luego puedas ver lo que ha sido. Encontré una vieja foto de mi madre, esta es la entrada de la casa. Sólo de verla me entran escalofríos, quiero que te la quedes porque yo pienso traer nuevas. 

Estoy nervioso y aún no he hecho el equipaje, ¿quién sabe qué puedo encontrar allí? ¿Antiguas cartas de mis padres? ¿Juguetes de cuando era pequeño? ¿El fantasma de Julia? Si fuera eso último no creo que vuelva porque lo agarraré con toda la fuerza que tengo hasta que la traiga de vuelta, eso te lo aseguro. Ya sé que tengo que dejar de culparme de su muerte, pero no puedo evitarlo. No he llorado en ningún otro funeral y tú lo sabes... 

Planeo estar cerca de tres semanas, dieciocho días, quiero saber lo que es vivir allí. Hice todo el papeleo de billetes de tren y demás. Desde la estación cogeré un autobús para llegar al pueblo y a partir de ahí espero que mi memoria no me falle. Mi tío me dio las llaves de la casa así que no habrá ningún problema. Es un sitio muy apartado, no creo que haya ni vagabundos ni un solo graffitti, simplemente estará vieja y ruinosa.
Sabes que siempre hablo de aquella casa así que no te preocupes, me irá bien, estoy seguro. Espera una segunda carta en unos veinte días. Estoy adelantando acontecimientos pero creo que te encantará leerla. 

Siempre tuyo.















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miércoles, 16 de julio de 2014

El vendedor de recuerdos


                  Recuerdo con exactitud desde hace años un día de junio, aunque no sabría decir cuál. Viajaba por los grandes desiertos estadounidenses, un viaje de costa a costa. Supongo que me perdí, varias veces, porque tardé demasiado. En un punto del viaje, al tercer día creo, encontré en medio de la nada un puestecito. Estaba acostumbrado a verlos al lado de la carretera pero siempre cerca de un campo de cultivo, eran puestos de granjeros donde vendían sus cosechas a aquel que pasase por su zona. Esta vez era algo diferente. 

El stand era tan estrafalario que tuve que pararme, además así podría fumar y estirar las piernas que nunca viene mal. 
Poco a poco me fui acercando a aquel puestecillo de madera. Tenía la parte de arriba llena de fotos viejas colgadas con pinzas como si fueran ropa tendida. También tenía fotos en blanco, otras en negro, tenía fotos impresas por cámaras de fotos, tenía fotos en papel fotográfico y en papel antiguo, tenía fotos en sepia, blanco y negro y a color. Además tenía un montón de cajas de cintas de cassette y algún que otro vinilo. Lo llevaba un anciano con una visera de esas verdes de jugar a las cartas, tenía unas grandes gafas, bigote y tirantes. ¿Qué hace aquí en medio de la nada, buen hombre? Oh, vendo mis cosas. Me contestó. Tenía voz ronca pero simpática, como la del vecino que siempre quisiste tener. ¿Y qué vende? Ya se lo he dicho-sonrió-, vendo mis cosas. ¿Y qué cosas son esas? El hombre sacó una vieja caja llena de fotografías archivadas. Así que vende fotos, ¿eh? ¿En medio del desierto? No hay lugar mejor para vender mis cosas que en medio de la nada, me dijo mientras se revolvía buscando más cajas que enseñarme. Empecé a ver las fotos, eran muy tiernas muchas, había fotos de Navidad, fotos de lo que parecía el primer beso de unos adolescentes, fotos en el hospital una mujer sujetando a un recién nacido, una familia posando ante una casa recién comprada, una madre cocinando un gran guiso, un padre leyendo un cuento a su hijo en la cama, una chica caminando en la lluvia sin paraguas y sonriendo, unos chicos bailando alrededor de una fogata... Oh, esas me encantan, me dijo. Son todas preciosas, esas cosas no se olvidan, ¿verdad? Sacó otra caja llena de fotos archivadas, había desde niños gritando en el cine hasta un matrimonio llorando en un velatorio por la muerte de lo que imagino que sería su hijo, había fotos de un niño llorando al lado de su gato atropellado, fotos de lo que parecía una niña recogiendo sus juguetes quemados tras un incendio, una chica con la pierna rota y unos patines puestos, un cirujano fuera del quirófano llorando. ¿Le parecen interesantes? Me preguntó. Tristes, más bien, muchas son hasta poéticas, ¿de dónde sacó tantas fotos? ¿Era usted periodista o algo parecido? Sí, algo parecido, sí; mire, también tengo esto. 
Sacó una tercera caja llena de cartas abiertas. Cartas de amor, últimos y primeros pagos de hipotecas, graduados escolares y universitarios, invitaciones de boda, cartas a una abuela. ¡Vaya colección! ¿Se las dieron? Algo así, me respondió. ¿Cómo que algo así? En cierta manera, me las dieron. No sabía qué quería decir, estaba demasiado ocupado rebuscando entre todas aquellas cosas y el calor no me dejaba pensar con claridad. 
Por fin encontré algo que hizo que me recorriera la espalda un escalofrío que me tensó al instante, era la carta que le escribí a mi amor platónico del instituto, la carta que le escribí a Madelaine... Nunca se la llegué a dar, tenía tanto miedo. Tocarla, verla, fue como que algo no iba bien, que algo estaba jodido, realmente jodido, se me cayó el cigarro al suelo del susto. ¿Qué hace usted con esto? ¡Es mía! ¿Está usted seguro? ¡Claro que lo estoy! ¡La escribí hace años! Pero usted había olvidado a Madelaine. ¿Qué ha dicho? Me miró severamente. Usted olvidó a Madelaine. Usted siguió su vida y olvidó a Madelaine. ¿Y qué? ¿Cómo que y qué? No tuvo usted consideración alguna por sus recuerdos, dejó que ese sentimiento se hundiese y olvidase en lo más profundo de las fauces del vacío... Y por eso llegó a mí. ¿Y quién es usted si puede saberse? Usted ya lo sabe. 

Me quedé perplejo, sólo sostenía la carta, no sabía a dónde mirar, intenté calmarme, cogí el cigarro y abrí de nuevo la carta... me puse a leerla. Comencé a llorar. 
Cuando me quise dar cuenta el puesto ya no estaba, sólo estaba yo con la carta en la mano, el cigarro en la boca y dos lágrimas que recorrían la cara de un pobre desgraciado. 
No dije nada. Me subí al coche. Guardé la carta en la guantera. Seguí mi viaje como si nada hubiese pasado. Soñé con Madelaine esa noche. 








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martes, 15 de julio de 2014

Hoy dejé la historia de la chica inglesa


Mi viaje es tan largo como el de todos. Camino, me siento, a veces miro y otras observo. Me salgo del camino porque vi algo interesante. Paso la tarde en un café mirando quién entra y quién sale. Ceno. Me tumbo al sol. Esa clase de cosas que haces en un viaje. Algunas veces, muy puntuales, me harto de mi viaje y tengo que ir dejando pequeñas cosas en el camino para volver a viajar de cero. Una de esas cosas que dejo es esta. 

Es una chica, inglesa, llevo su foto en la billetera que me compraré en unos años. Es ciega de nacimiento, sonríe a menudo y le encanta el olor de los claveles. Tiene el pelo corto y rubio, para que no le moleste. Rara vez se maquilla, sólo si su hermana lo hace por ella. Las memorias me vienen partidas, muchas aún no son memorias, son cosas por hacer. La historia está... rota. "Crack". 
Durante una buena temporada estuve o estaré viviendo en Londres. Tenía allí un pequeño trabajo como ilustrador de una serie de libros y escribía en una revista local relatos de terror. Unos meses más tarde de instalarme vi a una preciosa chica escuchando la primavera de Vivaldi en una radio portátil, ella estaba sentada, con gafas de sol y mirando hacia el cielo. Me senté junto a ella aunque pareció no notar mi presencia. Cuando acabó la canción la saludé y ella se asustó. Me empezó a hacer montones de preguntas, si la conocía, de qué la conocía, qué quería de ella y demás. Me pareció adorable. Cuando conseguí que se calmara sólo pude presentarme y darle mi número de teléfono antes de que viniera su hermana a recogerla. No tenía muchos amigos en Londres, lo que quiero decir es que tenía un amigo en Londres, no me vendría mal tener una amiga que encima fuera de allí; mi amigo era francés, estaba en un año sabático aprendiendo inglés mientras trabajaba de camarero en el pub que había a los pies de mi edificio. 

Unos días más tarde recibí su llamada. 
Los primeros días eran raros porque siempre venía su hermana con ella, lo veo muy razonable dado que como me enteré más tarde era ciega, pero aún así era bastante incómodo. Cuando se fió de mí comenzamos a vernos a solas e incluso vino a mi casa un par de veces. Me gustaba gastarla bromas y a ella le gustaba hacerme darme cuenta de las cosas de las que nunca me doy cuenta. Fueron días brillantes, de los que te acuerdas con un sol resplandeciente(¡en Londres!) y todo son mariposas y música chillout
Más tarde me enteré de que tocaba el violín, era mágico verla, ojalá ella pudiera verse... sonreiría tanto. Me cambió tanto que ya no me salían relatos de terror y comencé a contar cuentos. Se los leía a menudo, ella imaginaba mejor que yo y me hacía montones de preguntas. Amaba eso. 
Fuimos amigos durante aproximadamente un año hasta que nos dimos nuestro primer beso. Fue casi fortuito, una noche escuchando relatos en la radio nos pasamos con la cerveza y bueno, "nos fue inevitable" como quien dice. Años más tarde eramos una pareja que vivía en una pequeña casa a las afueras. La casa era luminosa porque ella decía que sentía la luz en su piel cuando hacía sol. Llevaba siempre vestidos y nos pasábamos el día riendo... o así lo recuerdo. 
Tuvimos nuestras discusiones, claro, como todo el mundo, algunas graves. Pero tuvimos ese sentimiento de que el otro... de alguna manera, sin el otro la vida no "mola tanto". 



La chica inglesa ciega que tocaba el violín. 
Aquí se queda. Ahora es un personaje del camino que todos recorremos, tiene su vida, sus pasos y nadie la ha visto salvo mi memoria. ¿Es real? ¿La conoceré? Mis futuros no suelen cumplirse y ya no me preocupa. Esto ha sido algo personal. Era el amor de mi vida y se me escapa entre los dedos como un cuento guardado en la biblioteca más antigua que conozco. Nunca la habré cogido la mano, ¿verdad? Tenía pecas. Me acuerdo de eso. 

Nunca tuvo nombre. 




Anónimo
Desde mis sueños hasta tu pantalla
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jueves, 3 de julio de 2014

Voy a tu casa cuando me persiguen los monstruos


-Recuerdo que de pequeña siempre me decían que qué suerte tenía de ser un niña tan imaginativa. Mis dibujos eran siempre los mejores de la clase, daba con lo que llamaban "soluciones creativas" y siempre tenía algo gracioso o curioso que decir. "¡Qué suerte tienes Betty!" Los sueños producen pesadillas, ¿sabes? No me pasó sólo una vez lo de aquella noche, no. Cada vez que veía una película de terror no podía dormir y no sabía qué era peor si lo que me encontraría en sueños o lo que me podría venir en la realidad. Quizá un asesino me acuchille mientras duermo, quizá me licue por el hueco que hay entre la cama y la pared, quizá explote en mitad de la noche... Dependía de la película. No puedes decirle a tu imaginación, "oye, para ya, ¿no?" Así que allí estaba yo, niña introvertida y "creativa", cuidando de la casa por primera vez. Mis padres decidieron que era hora de confiar en su niñita y se fueron a cenar prometiendo que no llegarían muy tarde. Entonces vivíamos en un piso entre el centro y las afueras, era un lugar bonito, medianamente tranquilo porque no venía nadie a verlo y además tenía tiendas de barrio, escuelas, parques y todo eso. El caso es que aquella noche iba a ser fantástica. Estaba sola en casa así que agarré una torre de libros de mi padre, me hice con todo el batido que pude y estuve a la luz de una lamparita comiéndome todos esos libros.
-¿Cuántos años tenías?
-Unos nueve, creo. No lo recuerdo bien, esas edades las tengo todas mezcladas.
-Y entonces vino "aquello", ¿cierto?
-Sí. Serían cosa de las diez de la noche cuando la luz se fue. Sólo la luz de las farolas iluminaba tenuemente la casa. Sentí que comenzaba a temblar y que algo no iba bien, miré hacia un lado y vi aquella cosa mirarme fijamente. Corrí cuanto pude y me encerré en un armario.
-¿En serio? ¿Qué dijeron tus padres?
-Que qué hacía en el armario y por qué había derramado batido en la alfombra. No recordaba haberlo hecho, y mucho menos dibujando un círculo, supuse que era aquella cosa, pero no se lo conté.
-¿Por?
-Aunque seas un niño sabes cuando no van a creerte. "Ah, lo dices como escusa", eso es lo que piensas que te van a decir y por miedo a no cagarla más te callas.
Él se levantó y trajo más café de la cocina, además de un brick de leche. Tenía el pijama un poco manchado de haber comido spaguettis a la boloñesa el día anterior. Ella por su lado le acompañó y trajo el azúcar y unas galletas, iba de negro, manga larga y vaqueros, toda empapada del chaparrón que estaba cayendo.
-¿Y no lo volviste a ver?
-No hasta casi graduarme. El último curso fue un estrés constante, quería meterme en la carrera de artes y no sabía ni qué prueba tenía que hacer ni cómo hacerla ni qué me preguntarían. Estaba como una desquiciada de un sitio a otro intentando aprobar mis asignaturas y comprendiendo las que me vendrían. Para relajarnos un día mi amigo este, Juan, nos invitó a Clara y a mí a su casa, tenía maría. Clara fue la que me consiguió convencer.
-Clara, ¿nuestra Clara?
-No, no, otra. Una amiga de la infancia. Dejamos de hablarnos hace un tiempo ya, no por nada particular, no sé, las cosas se acaban, ¿no? De Juan ya te hablé.
-Sí, el chico vasco, ¿no?
-Sí. El caso es que volviendo a casa en un autobús con Clara vi entre unas farolas a aquella cosa.
-¿Y no sería un reflejo o algo?
-Eso había pensado yo toda mi vida hasta ese momento, o sea, si me lo volvía a encontrar o algo. Pero es como que... sabes que aquello. Sabes que te mira. Que te busca.
-Ahá.
-Se lo dije a Clara, y ella, bueno, flipando, había fumado muchísimo y no hacía otra cosa que decirme "joder tía, estás fatal". Así la obligué a que me acompañase a casa porque sabía que aquello iba a venir a por mí, lo sabía, era una certeza absoluta.
-¿Y fue?
-Más o menos. Según volvíamos a casa vimos en mitad de la carretera un círculo.
-¿Cómo un círculo?
-Sí, alguien había derramado algo haciendo un círculo. Yo, claro, me cagué viva y salí corriendo. Clara se quedó atrás. No sé por qué lo hice.
-¿Y lo viste?
-No. Bueno, no sé. Sé que mientras corría lo tenía detrás, no sé por qué pero lo sabía. Cuando abrí la puerta de mi portal me sentí a salvo, un alivio muy grande pero, pasó lo que tenía que pasar.
-Apareció.
-Bueno, espera. Sabes que los portales estos de los pisos tienen la luz con un temporizador para que no se quede encendido el edificio todo el día, ¿no? Pues justo cuando me dispuse a dar el primer paso allí dentro se fue la luz y ¡bam! Allí estaba.
-¿Delante?
-Detrás. Con esos ojos enormes y vacíos mirándome y con la boca muy abierta. Pegué un alarido y cerré los ojos, me caí.
-Ahí fue cuando tuvieron que llamar a las ambulancias y tal, ¿no?
-Sí. Resulta que había recibido una contusión al quedarme inconsciente y golpear mi cabeza contra el suelo. Había aparecido rodeada por un círculo de batido. Me dijeron que qué había pasado y tal, para, bueno, buscar sospechosos. Por el grito y tal se suponía que me habían asaltado pero no pillaban lo del círculo o por qué no me habían robado nada. Como no quería decir que, bueno, una cosa que probablemente está en mi cabeza me ha perseguido toda la noche y me ha asustado les dije que no me acordaba de nada. Convencí a mis padres de que no me mandasen a ningún psiquiatra y seguí como si nada hubiese pasado.
Ambos se fueron a la cocina a fregar los cacharros del café y siguieron hablando, él apoyado en la encimera y ella sentada en mesilla redonda que hacía las veces de comedor. Suspiró enormemente antes de seguir.
-Y luego está lo de hoy.
-Sí.
-Y ya no sé qué hacer.
-¿Has intentando... no sé, hablar con él o algo?
-Es imposible. Es que me aterra verlo. No puedo, me paralizo. No es que me vaya a comer o a matar o algo así, es miedo. Puro. No sé. No sé qué hacer... Sólo quería contárselo a alguien.
-Estás cosas suelen estar en la cabeza ¿Nunca has soñado con él?
-No, nunca. Y, joder, estoy harta, quiero decir, viene cada no se cuantos años y mientras yo me paso la vida acojonada de que un ser me persiga cuando le viene en gana.
-Tengo unos libros que quizá te interesen. Espera un momento.
-Vale, no te preocupes, no hace falta.
-Que no te rayes, te los traigo en un momento.

Cuando volvió aquello estaba en la cocina con un bote de batido en la mano.

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sábado, 7 de junio de 2014

La historia de Jackeline


Había sido un día extraño, Juan me lleva del brazo, no quiero caerme, creo que he potado hace poco. Ugh... me duele mucho la cabeza. ¿A dónde vamos? Estamos en un callejón, es de noche, hay contenedores y huele a rancio. ¿Qué? ¿Qué pasa Juan? ¿Por qué nos paramos? Nos damos la vuelta y corremos. Me dejo llevar, la ciudad se tambalea y ennublece... Ah, su puerta, la recuerdo, blanca, con un tres dorado encima. Sí, casa, sí. Juan me trajo a casa.
Sí. Oigo susurros, ¿quién? Creo que sólo yo los escucho. ¿Juan? Ya no está, estoy en el sofá. La luz está encendida, el salón tiene un ventanal, estamos en un primero, ¿no?
-¡Juan! ¡Dónde vives!
Juan, Juan no responde. Ay, tengo que buscarlo. ¿Y si le ha pasado algo? ¿Juan?
-¿Juan?
Sigue sin responder. Me levanto, las piernas tambalean, me agarro a donde puedo. El suelo. Su moqueta es marrón y áspera. Me levanto, cuidado, cuidado, ¿qué decís susurros? Dejadme. No. No. Ando, ¿a dónde? A por Juan, sí. Llegó a la cocina, me agarro al marco de la puerta.
-¿Juan...? No... no tiene gracia.
Camino hasta la habitación, ¿puedo? Estoy llegando. Cada vez escucho más susurros. Es en mi cabeza. Están en mi cabeza. Terminan mis frases, comienzan mis palabras, dicen cosas, dicen muchas cosas, dicen demasiadas cosas, ¡parad! ¡No! ¡Parad ya! ¡No puedo! ¡Dejad de gritar!
-¡¡AAAAHHH!!
Parad... Parad... por favor...

¿Eh? ¿Qué ha pasado? Mi cabeza... duele como si tuviera un arpón atravesándola... ¿He... he llorado? Mis piernas me fallan. Estoy en la cocina de Juan, ¡buscaba a Juan! Derecha... derecha... escucho derecha en mi cabeza. El baño, a la derecha está el baño. Entra. Entra. Entra. El pomo está frío y resbala. Entro. ¡Juan! ¡¡Juan!!
-¡JUAN! ¡DIOS! ¿¡QUÉ!? ¿¡JUAN!? Joder, joder. ¡Aaahh!
Me ahogo, me ahogo, necesito aire, me ahogo. Corre. Corre. La ventana...
-Ugh...
Juan... Juan está muerto, pero, ¿qué? Tengo que llamar a la policía. Vete. Vete. Vete. No me voy, tengo que llamar a alguien, joder, esto es... Joder... Vete. VETE.
-¡Aaah!
Mi cabeza, ah, mi cabeza. VETE. ¡¿Qué queréis?! VETE. Voy a coger el móvil, lo tenía en el bolsillo, sí, está, malditos vaqueros. Me tiemblan las manos, no acierto. Mierda, tengo que llamar a alguien.
-Joder.
Recojo el móvil del suelo, maldita sea, deja de temblar, tengo que llamar a la policía. Juan, joder. VETE. VETE. VETE. Mis piernas, no se mueven, están paradas, miedo, tengo mucho miedo, ¿qué pasa? Mi cabeza, no siento nada, no me puedo mover, me caigo, me caigo. No...

Ugh... ¿dónde...? El salón de Juan... ah, sí... ¿van tres veces ya? ¿Quién está ahí? ¿Qué está...? Te llevan. Te llevan. Te llevan. ¿A dónde? Con ellos. Con aquel. Contigo. Ah... No te resistas. No lo hago. ¿Qué será de mí? Lo sabes. Está en ti. Pregunta equivocada. Oh, mi cabeza, no la siento. Negro, ¿sigue siendo de noche? La calle está bonita. Me llevan. Un callejón. Creo que he estado aquí antes, todo es tan... borroso. Son varios, son cuatro, ¿cuatro? Noches que no acaban...

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lunes, 19 de mayo de 2014

Vacaciones en la casa del lago

Caminaba en verano por los campos de mi abuela. Nuestra familia no es muy rica pero tenemos heredada de mi tátara tátara tátara abuelo unas tierras cercanas a un lago, mi abuela vivía allí. Aunque falleció para mí siempre serán los campos de mi abuela. Aquí estoy, me traje un chico, lo considero mi amigo, hemos venido a relajarnos, a vivir un poco la aventura. 

Cómo adoro esta casa… Las maderas chirrían, las ventanas son clásicas, hay chimenea, tiene el primer piso de piedra y vigas de madera, es una casa antiquísima que hemos sabido conservar. Hasta tiene un pequeño balcón en la habitación de la cama de matrimonio.
El primer día nos bañamos desnudos en el lago, no es muy profundo y estaba frío pero era un frío que no hiela, no te hace tiritar, era un frío que se metía en ti y cristalizaba. Destruía todo y te hacía mirar, impotente, todo lo que te rodea. Él hizo juegos de los suyos, siempre los hace. Al volver me robó la toalla y salió corriendo, menos mal que no había nadie, reí como nunca. Él siempre me hacía reír.
Las noches las pasábamos refugiados en la salita del primer piso, rodeados de paredes empedradas y alrededor de una chimenea decimonónica, le leía cuentas y él me miraba atónito. Las mantas de lana son fantásticas para hacer estas cosas, ¡y el chocolate caliente! Dormíamos juntos en la cama de matrimonio, me desnudaba y salía a la terraza, me gustaba ver mi cuerpo iluminado por la luna, aunque cientos de velas en el cielo me observasen. Me hice fotos que nadie verá jamás. Dormíamos abrazados.

Pasamos allí dos meses, sí que es cierto que fuimos allí para que él muriese cómodo y tranquilo. Quise que sus últimos días fuesen memorables, fuesen preciosos. Nunca más volví a tener perro, nunca lo tuve, estuvimos juntos, uno al lado del otro. Me queda su recuerdo. Me queda mi casa de los buenos recuerdos. Allí sonrío y sé que él aún me sonríe.

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martes, 15 de abril de 2014

El Viejo Tuercas

Me contó un amigo que cuando eramos pequeños muchas veces nos perseguía el Viejo Tuercas. Nunca supe muy bien qué era exactamente el Viejo Tuercas. Mi amigo siempre me contaba cosas horribles, el Viejo Tuercas raptaba niños para fabricar tuercas con sus huesos y cosas similares, no sé, los niños dicen cualquier cosa de mutilar y trocear y ya imaginan a Satanás hecho en vida. 
Vale, te contaré más del Viejo Tuercas. A ver, por lo que fuimos sabiendo con el tiempo, el Viejo Tuerca no era humano, quizá no del todo, era mecánico pero de una manera peculiar. No era el hombre metálico por excelencia, sus piezas estaban hechas de hueso. Hueso humano. Mi amigo nunca llegó a revelarme cómo hacía esas piezas, me imagino que hacía una amalgama fundida con algún otro material y mediante moldes se fabricaba sus propias piezas. Sé que tenía un cerebro y un corazón humano, de hecho el corazón lo llevaba al descubierto. Sus ojos eran brillantes y aterradores y su sonrisa era atemorizante. Ver al Viejo Tuercas te quitaba el hambre, eso seguro. 
¿Qué? Ah, sí. Sí, nos perseguía, además no era difícil de ver. Iba en bici, lo cual no era normal, y más insólito aún es que llevaba un abrigo largo, uno de estos horteras y típicos de cazatormentas. El viento le mecía el abrigo hacía atrás y de lado, montado en aquella vieja bicicleta, era una figura la verdad que bastante cómica. ¿Eh? Sí, sí lo vi. Varias veces incluso. Pero sólo muy de vez en cuando y por el rabillo del ojo, una visión fugaz. Siempre era un destello. Era como un depredador acechando. Menos una vez. 
Ehm, sí, pasó que, a ver cómo lo explico. Mi amigo y yo nos tomamos los del Viejo Tuercas muy en serio, todos los niños del barrio lo hacían a pesar de que ninguno había muerto ni nada parecido, como es normal. Pero nosotros quisimos desmentirlo, ya desde pequeños teníamos madera de periodistas, mi padre lo decía, que eso se lleva en la sangre... Ah, sí, me desvío. El caso es que nos metimos de lleno a investigar sobre el Viejo Tuercas y acabamos viendo un patrón en sus movimientos acorde con los avistamientos proporcionados por los niños de la zona. Entonces lo vimos y lo seguimos hasta una zona alejada del pueblo. Sí, claro, ahora sí que pienso que fue una medida un tanto precipitada pero qué vas a hacerle, quiero decir, un niño se ve capaz de comerse el mundo, un asesino no le da miedo si se siente preparado para enfrentarse a él. 
La cosa es que llegamos a una casa abandonada en las afueras, sin cristales, medio derruida y con graffitis por todas las paredes. Estaba atardeciendo por lo que nos apresuramos. Vimos que se encendían unas luces dentro y nos cagamos de miedo pero mi amigo me sujetó, no quería que me perdiera esto. Acto seguido vimos salir al Viejo Tuercas con una vela en un platito de cobre. Oh sí, sí que me acuerdo de aquel cabrón, su cabeza era una directamente una calavera pero algo extraña, tenía partes de cráneos de vaca, y su figura era espeluznante, encorvada y retorcida. Levantó la vela y creo que nos vio pero pasó de nosotros. Mi amigo corrió tras él y lo tiró al suelo. Yo me fui corriendo con los pantalones mojados. 
-Me encendí un cigarro y tragué un poco más de aquel whisky barato-
No me siento orgulloso, la verdad. Pero, ¿qué voy a hacer? Años más tarde me diagnosticaron esquizofrenia porque nadie recordaba a mi amigo, ni siquiera sus padres, decían que nunca habían tenido un hijo y claro, era yo el loco que había imaginado a un chaval durante toda su infancia al igual que toda la historia del Viejo Tuercas porque cuando llegaron a la casa abandonada no había nada, nada salvo un par de litronas vacías. Y... yo qué quieres que te diga...

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lunes, 14 de abril de 2014

Recuerdos del niño vestido de caqui

-Muchos son los caminos que un hombre recorre, pero nunca sabe con exactitud a dónde irá a parar. Eso es algo que sólo el tiempo sabe... Quizá algún día nos volvamos a encontrar y esta vez yo sea el chico y tú la anciana. ¿Qué te parece la idea?
-Que espero que usted me lleve las bolsas de la compra entonces.
-Bien dicho. Toma, venga, coge las galletas, te las puedes quedar.
-¡Gracias!
-Vuelve con cuidado, y abrígate no vayas a coger un resfriado.
-¡Eso haré! ¡Gracias señora Rice!
Lo que más me gusta de los pueblos es que son pequeños, íntimos, todos nos conocemos, si no hemos hablado con alguien al menos lo reconocemos por su cara. No somos un pueblo, somos más bien un barrio pero apartados de la gran ciudad. Sólo tenemos casas y una tienda de ultramarinos por lo que no viene nadie que no sea de aquí de visita. Una pena, la verdad, me gusta la gente nueva.
Un día encontré a alguien muy extraño, aunque creo que no fue aquí. Estaba de vacaciones, lejos, sé que era lejos porque había arena y también mar. Ella estaba sentada en un murillo, miraba hacia el mar, quieta, tranquila. Sonreía. Era bonito de ver. Me dijo que si quería hablar con ella y contesté que por qué no.
Me contó que su padre había sido soldado, de los más altos rangos, y que había estado en muchísimas batallas pero que había muerto, su madre aún no lo había superado y ella había empezado a fumar. Vestía como una chica mayor, yo no sabía muy bien qué pensar ni qué decir. Me siguió contando que nunca me fiara de los chicos, que sólo buscan lo que quieren y que cuando lo consiguen se les olvida que lo han conseguido y buscan otra cosa que buscar. También que no me fiara del tiempo, a veces pasa rápido y hace que no te enteres de las cosas que pasan y que otras va despacio, tan despacio que da para fumarse dos cigarros. Me contó que quería morir de mayor, eso es lo que quería, ni bombera ni veterinaria, quería morir. Ese era su destino. "Y el de todos" dijo. De eso me acuerdo perfectamente.
La chica entonces se bajó y me preguntó que si quería caminar un rato por la arena, la dije que vale. Fuimos en silencio mucho tiempo hasta que me preguntó que si yo sabía algo. De qué. Del mundo, de la playa. La playa tiene olas. ¿De qué playa hablas? De esta. ¿Y el resto? No lo sé, no he ido. Entonces no sabes nada. Pues a lo mejor, pero no me importa. ¿Por qué no? Porque estoy en la playa. Oh, ya veo, me gustas pequeñín. Gracias, tú también me gustas.
Luego me contó que envidiaba a los niños como yo, no teníamos tantas preocupaciones estúpidas y sabíamos a dónde íbamos. Yo creo que nunca lo he sabido pero ella cree que sí. Cuando anochecía me revolvió el pelo y se fue a su casa, no la volví a ver. Espero que haya muerto como ella quería.

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lunes, 24 de marzo de 2014

La niña de Kopaki y El amor de Nero Mousiki y cómo Uranio Kopaki perdió sus cuervos


La niña de Kopaki

Después de años de viajes Uranio Kopaki se instaló en una ciudad abultada. Quería experimentar qué era vivir en un lugar así. En uno de los callejones vio a una pequeña huérfana sin nombre, lugar ni tiempo. Miraba las estrellas y sus ojos brillaban cuando éstas lo hacían. Kopaki se apiadó de la niña y la acogió. Vivieron juntos doce lunas. Durante ese tiempo ella poco a poco fue vislumbrando la verdadera forma de Uranio, la forma animal alada que él tenía, la cual ocultaba con máscaras y disfraces para no asustar "a quienes no lo entendiesen". La niña se adaptó a vivir con Uranio, éste le contaba historias y la hacía caminar por las memorias de sus viajes. El libro que llevaba Uranio estaba escrito y de él sacaban historias y reían cada noche. Cuando la niña vio la verdadera forma de Kopaki la describió como "un ser alado cuyo pico repicaba en ecos, sus ojos negros veían la inmensidad y sus alas eran tan negras que éstas brillaban". No se asustó y eso conquistó el amor de Uranio quien casi se enamora, pero no podría pues ésta era su niña. Según esta mitología todo monstruo puede encontrar un niño con quien convivir en armonía pues no podría ser ninguna otra clase de ser quien pudiera convivir con un monstruo. 
Un día la niña desapareció. Las velas de la casa de Uranio estaban apagadas y la niña ya no estaba "ni bajo su techo ni en su lecho". Uranio replegó sus alas a la noche y entre lágrimas de tristeza lanzó varios sueños en su búsqueda, voló por valles y surcos gritando Arual -se sobreentiende que es éste el verdadero nombre de la niña-, encomendó a lugares y naciones la tarea de encontrar el menor rastro de ella pero no hubo ninguna suerte. Para este entonces Uranio no tenía ningún cuervo. 

La pérdida y el retorno a la soledad después de una esperanza frustrada suelen ser constantes en las historias de Uranio Kopaki. Se cuenta que más tarde la encontró pero es un relato vago y del que apenas conservamos dos versos:
"Entonces él desplegó alas azabache y ella recordó
Pues siempre fue su niña pero esto ella lo olvidó"
Es de un cancionero un siglo posterior en el que a Uranio Kopaki es conocido como Tiflós Mavrós y ocurre mientras deja sus viajes para descansar en un cenagal. Sin embargo un cancionero aún posterior relata cómo Tiflós Mavrós se vuelve oscuridad completa y total, pierde el juicio y se hace eterno y poderoso en una ascensión terrorífica. Tiene algunos puntos de incongruencia con la historia de Uranio Kopaki por lo que aún dudamos de que Tiflós Mavrós sea en verdad Uranio Kopaki


El amor de Nero Mousiki y cómo Uranio Kopaki perdió sus cuervos

La primera vez que se habla de romance en la historia de Uranio Kopaki es el que procesa hacia una diosa de la música, el desenfreno y la sexualidad. El cuento relata que la conoce durante una de sus expediciones hacia los míticos Montes del Color. Buscando flores encuentra en el centro del foco de un incendio a una muchacha que llora desconsoladamente hecha un ovillo. Uranio se come las flores que portaba y toca el hombro de ella la cual deja de llorar al instante y se levanta sonriente y desnuda. Kopaki entonces la promete protección como Guardián y ella niega pues nadie puede protegerla, ella es una diosa de los Montes del Color y su mayor enemigo es ella misma. Es representada como la personificación del caos artístico y creador. Entonces Uranio Kopaki desoyendo sus palabras monta guardia para salvaguardar los Montes del Color. La primera noche ocurre una explosión que resulta en magulladuras en la piel de la diosa, Kopaki no llegó a tiempo para protegerla. A la mañana siguiente la diosa comenzó a arder y el fuego se extinguió antes de que Kopaki pudiera apagarlo con sus alas. No cambio el sol de rumbo cuando la diosa una vez más explotó sin que Kopaki pudiera hacer nada. Uranio estuvo así varios días con sus noches, sin descanso ni alimento. Al final la diosa se apiadó de él y le despidió. 
"Oh, mi querido guardián, vete, no necesito de tus servicios pero has de ver en mi mirada lo que he sentido por ti" - dice ella.
"Mi señora, sepa que nunca me he rendido en una causa desde que gané mi nombre y sepa que estos ojos nunca han conocido el verdadero amor, ni el amor que se siente por un hermano pero sé que a ti -es preciso denotar que deja de tratarla de usted o divinidad y la trata con confianza de igual a igual- sé que a ti podría quererte, Nero Mousiki, reina de mis noches y diosa de los Montes del Color" -le responde Uranio Kopaki. 
"Tú no podrás quererme hasta que tus cuervos liberen el corazón que protegen con aún más ahínco que tú mis montes" - sentenció la diosa antes de despedirlo por completo. 

Pasaron tres noches en las que Kopaki estuvo arrancándose cada extremidad y órgano, se escucharon gritos en todos los sueños del lugar y un fuego negro consumió varios bosques menores. Tres días tardaron sus extremidades y órganos en crearse de nuevo. Uranio dejó libres a sus cuervos quienes lo vigilaron por meses, temían que Uranio cayese y no hubiese quién rescatar su cadáver. Se habla de Uranio Kopaki como un ser del cambio, un ser parecido al ave fénix que muere y renace por sus circunstancias pero su diferencia es que Uranio Kopaki necesita de una chispa que lo haga renacer de nuevo. 
"En un estado de niño pequeño, inocente, puro y esencial, Kopaki se acercó a los Montes de Color en busca de la diosa del agua y la música, las miradas y la noche, la hija de la Luna, en busca de Nero Mousiki". Así la encuentra gracias a que las estrellas le guían. Nero Mousiki entonces besa la frente del joven Uranio y le advierte que es imposible, que su amor nunca se podrá consumar. A esto Kopaki le responde que no le importa, pues sabe que su misión es Soledad. Uranio abraza a Nero Mousiki y ésta explota en llamas y mariposas, todo el pecho de Uranio queda marcado por la herida pero no deshace el abrazo. Es él quien entonces, ahora crecido y universal, besa la frente de Nero Mousiki en señal de despedida pues sabría que ella nunca lo quiso como él la quiso a ella. 



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domingo, 23 de marzo de 2014

De cómo Uranio Kopaki recibió su nombre

Los mitos de Uranio Kopaki son extensos ya que el mismo bardo que los escribía era prolífico y sentía un profundo interés por este personaje, es por eso que gracias a él y al escriba que conoció en sus últimos días que tenemos tanta y tan detallada información sobre este mito.

Todo esta historia comienza con un viajero de capas raídas y sin sombrero. Su cabello era corto al igual que su perilla. Era un vagabundo que nunca mendigó. Portaba consigo un libro en blanco, una llave rugosa y antigua y una cartera llena de máscaras. Iba de lugar en lugar, explorando, ayudando e iluminando a quienes estaban en niebla con sus ojos negros. Se cuenta que allá a donde iba dos cuervos le asistían. El primero era malhumorado y enérgico y el segundo calmado y erguido, uno miraba siempre desde su lado izquierdo y el último desde su lado derecho, otros relatos cuentan que eran tuertos y por eso miraban de ese modo.

El relato original prosigue con su llegada a un pueblo desértico. Este pueblo era un lugar costero habitado por cuerpos no muertos pero tampoco vivos, meras carcasas, recuerdos de la humanidad. El viajero intentó hablar con ellos pero todos rehusaban de sus palabras, le ignoraban como si fuera él el fantasma. Frustrado y agotado por sus varios días de camino por los caminos pedregosos de La Gran Llanura decidió quedarse allí un tiempo, en silencio.
Entonces sus dos cuervos una noche sin Luna comenzaron a gritar, "algo viene, algo viene", el viajero despertó y contempló el vacío cósmico del cielo, lo tomó como una señal de buena suerte y abrió su libro el cual ahora estaba escrito por la mano de una mujer que relataba su historia. Esta mujer había tenido una vida triste y traumática, aún así el libro también relataba cómo dentro de poco ambos se conocerían en una cafetería y que ella entonces le relataría su historia de sus mismos labios. Al cabo de dos noches el viajero amaneció cerca de un local en el que una chica de flequillo rojo y pelo negro, de depresivo y joven rostro, de ojos color Luna y un piercing en la ceja izquierda, removía un café. Él se sentó y ella comenzó su relato a través de sus labios negros y su voz tímida pero sobrenatural. Aquella noche ambos hacen el amor en la casa del viajero y durante el acto se besan, ese beso hace que ella pierda su cuerpo y él la sienta dentro de sí mismo mientras contempla como el cuerpo de la chica se desvanece entre sus brazos. Cae en un profundo sueño que dura dos días y dos noches. Cuando despierta toma un almuerzo temprano y monta en bicicleta por el pueblo fantasma hasta que escucha la voz de la chica; él, sorprendido, se da cuenta de que viene de dentro sí mismo. La chica le cuenta que es Tiji, la Suerte en las encrucijadas, y ha sido él quien le dio color para poder nacer en este mundo y que, por tanto, por su palabra, será recompensado "cuando el cielo caiga y sus puertas se abran". Él lo toma como profecía y se desentiende un poco del asunto pero no podrá dejar de pensarlo.
Los próximos días los pasará debatiendo el espacio de su interior, sobre dónde estaba ella y dónde empezaba él. Los siguientes días Tiji le dará mensajes oraculares, se conservan pocos en el cuento original pero se aún así se recoge el que nombran como el más importante "Y tú viajero no temerás más, pues tendrás tu nombre pero yo no lo pronunciaré, será el cielo que te verá oscuro y majestuoso".
Después de estos días su voz desaparece y él no puede encontrar a Tiji en ninguna parte de su ser ni de la realidad. Pregunta a sus cuervos que no saben qué responder y luego a los cielos hallando la misma suerte.
Cuando la Luna vuelve a desaparecer escucha en su interior los latidos de otra consciencia y tiene una visión de una puerta de madera verde en medio de una oscuridad total, está en una pared inmensa y la única luz que hay es una pequeña lámpara de luz verde sobre la puerta. Intenta abrir su picaporte dorado pero es incapaz. En ese momento tiene la idea de hacerse pequeño para entrar por la cerradura y eso hace. La puerta da a un pasillo largo y blanco con "dos cruces que no van a ningún sitio", al final están los aposentos de Tiji que le recompensa por haberla encontrado. Le entrega una pluma negra con la que escribirá sueños y le susurra su nombre, pero él despierta y no lo recuerda.

La noche de las perseidas el viajero se acerca a la playa. Entierra su cabeza en la arena y acude a los astros fugaces en busca de consejo, en busca de guía, "o algo". Entonces de sus ojos comienzan a brotar lágrimas sin que él cambie el semblante y ve, asombrado, como las estrellas sin moverse emiten luz y forman "dos vastos portones, tan grandes y eternos que cubren todo el cielo y más allá, tan grandes que no hay criatura que los pudiese ver enteros". Estos portones siempre estuvieron ahí pero no pudo verlos hasta que se paró a mirar. Aquí un mito parecido a otros más antiguos creados para fomentar la contemplación y la quietud entre los guerreros y aquellos que descarriaban en su vida. Los portones entonces se abren lentamente y emiten una luz cegadora que inducen al viajero a dormir profundamente pero sin soñar. Cuando éste despierta está amaneciendo. "La playa es lisa, gris, infinita, vacía, un desierto entre desiertos, el final y el principio de dos mundos. El mar está profundamente calmado, refleja como espejo no como agua, acaricia la arena. No hay apenas brisa marina. El Sol nace entre dos montañas, brumoso, abrazando poco a poco a la noche. El cielo de colores magentas, azules, naranjas, morados y oscuros está en una encrucijada entre el día y la noche. Sol y Luna se abrazan cada uno desde su reino y las estrellas brillan en ambos mundos". El viajero entonces comprende que lo conoce todo, que vive y cómo es realmente el universo, pero no lo sabe, y también que su vida no será más que recordar lo que conoce pues ya "no hay nada más allá del Todo". Entonces sabe que el universo lo ha bautizado Uranio Kopaki, el Dador de Color, el portador de las plumas negras y el de los ojos desiguales, "maldita es su locura y bendita su cordura, desde hoy es Uranio Kopaki, portador de caminos, puertas y preguntas; ahora es su don que jamás podrá pisar camino alguno y jamás podrá atravesar ningún arco que él mismo no haya esculpido". Y así el viajero ganó su nombre Uranio Kopaki y desde aquí comienzan las aventuras que le acontecen.

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sábado, 8 de marzo de 2014

Un bosque blanco, un cuerpo desnudo y una llama negra


Una vez entré en muy lejos. Una vez caminé por un bosque en el que sabía que había lobos blancos como la nieve, nieve que recorría el infinito bosque cuyos árboles estaban juntos y separados al mismo tiempo. En un claro entre los árboles estaba yo, quieto, abrazado a ella. Abrazado a Soledad. Soledad tenía manos que brillaban, sus dedos eran afiladas cuchillas que deslizó por mis costados en su abrazo rajando mi piel en tiras, mis músculos deshilados, y mi sangre caía al frío y blanco de la nieve. Sus manos acabaron su abrazo clavándose en mi espalda. Ella va envuelta en una capa azul. Está fría y recubierta de nieve. Sigue nevando en el bosque. Nadie ha logrado escucharme, nadie ha logrado caminar por él. Quizá porque los lobos lo protegen. Sé que están en el bosque pero nunca los vi. 
El tiempo ha pasado y mis heridas se han curado encima de sus dedos. No me moveré o se abrirán. Si me muevo y me libro de su abrazo me perseguirá, me perseguirá siempre, y cuando me encuentre llorará y me volverá a abrazar tras su grito espectral. Sólo a la dama Muerte me podrá entregar. Sólo ante ella responderá y mi cuerpo cederá. Ojos cerrados y un último aliento. Diré "Mazapán" o alguna tontería más. 

Mi cuerpo es frágil y es delgado. Mi cuerpo es sensible al dolor. 
Nadie lo corta, nadie lo hace sangrar. Nadie ha querido hacerlo, ni yo mismo sería capaz. Mis brazos son alas negras con las que proteger a quienes se caen de un barco en alta mar. Me pongo un pico de cartón para que nadie me pueda besar. Tengo responsabilidades, compromisos pasados. Me desvanezco en la locura hormonal y termino en donde sólo los dioses del destino saben que acabo, lo sé antes de empezar pero, *chst*, calla, no lo vayas a estropear. 
Cuelga de un hilo, un hilo muy fino, es la cabeza de un antílope negro y cornudo que no deja de mirar a donde los caminos nunca conducen. Miran a su alrededor y vieron entre las sombras el fuego oscuro. 
En la penumbra. En el Vacío, allí nace lo que la voluntad misma es. Donde ya no queda nada sólo ahí puede nacer la voluntad. Voluntad capaz de iluminar miles de caminos. Voluntad capaz de quemar millones de vidas. Voluntad capaz de calentar millares alientos. La oscuridad donde sólo el ser humano puede construir a partir de su mismo fuego. Caminar a oscuras, de noche, bajo las estrellas que él sabe mirar. ¿Qué digo ahora? Ya no lo sé. Terminó el viaje por hoy, ha sido raro. Hasta luego. O quizá no.

Yo mismo
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domingo, 2 de marzo de 2014

Amnesia natal

Esta historia es un cuento. Me dijo ella antes de irse. La chica de los ojos dorados. ¿O era dorada la cerveza? Acabé dormido en un sofá de bar. Con el ventilador girando lentamente. Con la mente vacía. Con el corazón roto.

¿Y ahora qué? 

Salgo y el sol me ciega, son las once de la mañana y estoy en un pueblo costero que se cree ciudad. Está algo ajetreado y noto que mi camiseta está mojada y mis pantalones deshilachados. Fuera lo que fuera lo de anoche fue muy animal. Decido caminar hasta ver algo que me llame la atención, que me dé alguna información. Pero no hay remedio porque acabo en la playa. Es otoño y no hay nadie excepto algunos románticos. ¿No tienen trabajo o qué? Llego hasta la orilla y respiro. No sé dónde estoy pero estoy de puta madre. ¿Qué habrá pasado? Hasta hace unos días yo era un gris mentiroso, un burlón estafador... sin futuro, sin amigos, sin pasado. Una cucaracha más de la gran urbe. ¡Qué habrá pasado para sentirme tan bien por dentro! 

-¡Ey! -escucho a mi espalda. Me giro y veo lo que nunca esperé, una chica de pelo negro y ojos dorados. Son unos ojos que nunca habréis visto pero al verlos no te parecen irreales, no te parecen raros, sabes que no podrían ser de otra manera. -No lleva usted zapatillas, debería ponerse algo. 
Está sentada en la arena abrazada a sus rodillas. El sol la acaricia. 
-No se preocupe, tenga. 
De la mochila saca unas sandalias y me las lanza. 
-¿Qué hace aquí si puede saberse? Tiene muy mal aspecto, una noche entretenida, ¿eh?
-Dímelo tú, estuviste en ella.
-¿Perdone?
-¡Sí! ¡Eres tú! ¡La chica de las cabras y los ojos de miel! Por favor, dime qué pasó, no recuerdo nada. 
-Señor, es usted muy raro. ¿Va drogado? 
-¡No, no! No soy raro, ¿vale? Tú estuviste, te recuerdo perfectamente, tus ojos que me vieron, me vieron todo, tus labios que sabían a caramelo... 
-¡Basta! ¡¿Quién se cree que es?! ¡Y quíteme la mano de encima! ¡Quédese con las chanclas si quiere pero déjeme en paz! 
Se levanta y se va mientras escucho como refunfuña. Y una vez más estoy aquí, sin respuestas y solo pero ahora me siento violento. Normal, supongo. Pero no dejo de sentirme bien, creo que podría acostumbrarme a esto. Me quito la ropa y me meto en el mar en calzoncillos, nado durante lo que creo que son horas... 

El ventilador gira lentamente y hay algo de bullicio, olor a mar, maderas y luz tenue. Un bar de playa. Me sirven comida típica del lugar, parecen una variedad de hortalizas con arroz o algo, está bueno, no me lo pienso. A saber desde hace cuánto no como. 
-Perdone, ¿tiene usted servilletas?
Me giro y la mesa de detrás la ocupa la chica de los ojos dorados. No entiendo nada.
-Sí... toma... ¿nos conocemos de algo? 
-No, que yo sepa no. Gracias.
-¿Seguro? O sea, juraría que te he visto antes en la playa. 
-Yo hoy no pisé la playa, lo siento señor. 
Está jugando conmigo, pero cálmate... no vamos a montar un espectáculo público. Las respuestas a su debido tiempo. Mejor espero a que acabe de comer y la sigo. ¿Gemelas? ¿Trillizas? Y esos ojos dorados, parecía que lo veían todo. 

Llevo ya unos cinco minutos siguiéndola, vamos a los barrios más bajos del pueblo, casas pequeñas y gente disfrutando del buen tiempo. Niños corriendo. La chica de pelo negro y ojos de oro no se inmuta, sigue su camino. Nunca mira atrás. ¿Qué hace? Sigue caminando y se sale del pueblo. Camina por descampados, campo abierto y liso, apenas veo un par de molinos, campos de trigo y arroz y al final, en el horizonte, montañas azules. No hay nada. Nos alejamos del pueblo. Atardece incluso. Acabamos llegando a un pequeño bosque. El bosque resulta ser más grande por dentro que por fuera. Llegamos a una zona de raíces enormes, troncos anchos, espesura y piedras grises bastante monumentales. Comienza a hacer fresco y hay mucha humedad. ¿Dónde estoy? Si quisiera dar media vuelta no sabría volver y no tengo nada que perder, sólo puedo seguirla a partir de este punto. 
Ella llega a un claro en el bosque, un círculo bastante amplio con un monolito en el centro. Esto se está pasando de raro. 
-¡Eh! ¡Tú! 
-Ha llegado un punto en el que he ignorado que me seguías. No eres muy sutil, lo sabes, ¿no?
-¿Qué es todo esto? 
De pronto veo a una chica con ojos dorados y pelo negro y al mismo tiempo a una cabra negra de ojos amarillos. Las veo a las dos en el mismo sitio. Una fusión de realidades, no aguanto mucho tiempo, caigo al suelo de rodillas y me llevo las manos a la cabeza. Tengo un dolor en la cabeza. Es un dolor punzante, se me clava y enquista. Grito, ¡grito! Es un dolor que duele en toda la cabeza. Me presiona y rompe. Y escucho que se acerca. Aprieto los dientes para no gritar. Lloro. Hago acopio de valor. Me levanto y la envisto. Cae como un peso muerto en el suelo.
-¡Dios! ¡¿Qué cojones pasa?! ¡Dímelo! ¡Joder, dímelo! 
Estoy muy alterado pero por dentro estoy en paz. 
Ella se levanta. Ella me mira. 
-Ayer tu vida acabó y comenzó una nueva. Alégrate hijo de los hombres. Te he dado la vida. 
-¡¿Qué?! 
-Como te he dicho, ayer tu vida acabó a manos de ti mismo. Pistola en la boca, cuerpo en la bañera. Típico suicidio. Me apiadé de ti. Te devolví a la vida. Y te di una vida. Una de la que no te arrepentirías. 
Me quedo callado... embobado... ¿qué es todo esto? ¿De qué habla? Caigo de nuevo al suelo. Lloro. Lloro como ni de niño hice. Sigo sintiendo plenitud en mi interior. Sale sangre por mi boca. 
-Alégrate, porque podrías haber muerto anoche pero escuchaste la voz de un dios menor. 

-Y esa es mi historia. Es un cuento.
Le serví la última copa de aquella noche. Mi ventilador giraba lento. La noche refrescaba. Pocos quedaban ya en sus taburetes. Y a él le pareció ver un ojo dorado en mi reflejo.

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