lunes, 23 de diciembre de 2013

Noches lluviosas

Las historias de fantasía son a veces preciosas, nos hacen recordar qué es la realidad, nos hacen soñar, nos hacen imaginar otros mundos, nos hacen creer. Creer es importante a veces, o eso me decía mi madre. La echo de menos, murió hace cinco años y aún escucho su voz por casa. Mi hermana dice que estoy loca, creo nunca se llevaron bien. Hoy ya he hecho la compra y ahora me toca ir a trabajar, alguien ha de hacerse cargo de la casa. Y de la pequeñaja. Y de la abuela. 
Justo cuando salgo se pone a llover, no importa, llevo paraguas aunque adiós a mis deportivas, al menos la parada del autobús está techada. Oh, un chico está leyendo "La guía del autoestopista galáctico", por cómo va le pega leerla. Sonrío. No me ve. Subo despreocupada y pongo rumbo al restaurante de la esquina. Mi abuela sabe cocinar, ojalá la contratasen, todo sería mucho más divertido con ella aquí dentro. Cuando salgo sigue lloviendo, extraño, pero así son las tormentas de verano, nunca sabes cuándo vendrán ni cuándo se irán. Entro a trabajar... 

Llevan cuatro días lloviendo sin parar. Mi hermana dice que ha leído en Internet que "estamos asolados por una nube gigante que no hay viento que la mueva". Mientras no lleve encima todo el Océano Pacífico a mí me da igual. Por suerte los sábados no trabajo. La abuela piensa que es un castigo de algún dios vengativo. Yo prefiero no pensar, le contesto tirada en el sofá. Miro el móvil. No, nadie me ha hablado. 

Y después de una semana lloviendo aquí seguimos, ahora encerradas, no se puede salir, el agua nos cubre medio metro en la calle. Se comienza a barajar los servicios de rescate, pero claro, rescatar toda una ciudad... es complicado. O eso me creo. Lo supongo, al menos. De vez en cuando escucho helicópteros, son del canal nacional casi todos, nadie quiere perderse "La ciudad inundada", así nos llama mi hermana. 
La abuela sigue creyendo que esto no es natural y que dentro de poco tomará cartas en el asunto, me da miedo cuando dice esas cosas, mamá la entendía pero yo no. Aunque siempre me lo tomo en broma esta vez está muy seria y no sé muy bien cómo reaccionar. 

A la semana y media vinieron en lanchas y helicópteros miembros de los servicios de emergencias y voluntarios a evacuar la ciudad. Mi hermana y yo quisimos coger lo imprescindible y meterlo todo en una maleta, dejamos la habitación vacía, ninguna quería ceder. Ese día mi abuela no estaba en casa, no sabía a dónde se podría haber ido, tampoco a dónde podría físicamente haber ido pues el agua casi llegaba a nuestro rellano. Los servicios de emergencias se impacientaban y tuvimos que irnos, yo no miré atrás, mi hermana no hacía más que gritar "¡abuelita!, ¡abuelita!, ¡¿dónde estás abuelita?!". Yo no podía para de llorar. Primero mamá, ahora la abuela. 
Nos llevaron a un campamento de refugiados a unos kilómetros de la ciudad. Los acababan de montar pero debido a que no hubo demasiados heridos no hubo muchos problemas. Nuestra catástrofe fue por una lluvia que caía casi verticalmente por lo que no hubo casi riadas ni mareas y todos permanecimos en nuestras casas. 

Un mes más tarde nos conseguimos instalar en un pequeño barrio del suburbio, estábamos casi en la periferia, los servicios sociales me encontraron un trabajo de camarera, el mismo que ya tenía, mi nuevo jefe cobraba por tenerme allí debido a una subvención así que no puso ninguna objeción. Mi hermana tuvo algunos problemas para adaptarse al nuevo colegio pero se acostumbró, es una chica fuerte. 

Ya han pasado cuatro años, sigo echando de menos a mamá con sus manías y a la abuela con sus delirios. La peque ya no es tan pequeña y ahora le molesta que la llame así delante de sus amigos, yo por mi parte conseguí un ascenso a jefa de camareros y encontré un novio maravilloso. Creo que por fin mi vida se asienta, creo que ya era hora, no he tenido una vida tranquila. Muchos la han tenido peor que yo, seguro, pero, tan sólo, quisiera tener a quien abrazar por las noches sin sentir que mi mundo se vaya a desvanecer al día siguiente...



Han pasado treinta años desde lo del diluvio. No me quejo de la vida que escogí. Me gustó aunque fue solitaria. Mi peque ahora se casó con un tipo un tanto extraño y se fue a vivir al norte, de vez en cuando me llama aunque casi no nos podemos ver. Mi trabajo de administrativa me tiene ocupada casi siempre, pero ayer lo dejé, no podía soportarlo más. Llevo en la inconsciencia toda mi vida y ya es hora de que tome cartas en el asunto. Me dirigí a mi ciudad, a La Ciudad Inundada, ahora parque natural. Hablé con los guardas de allí, resultó que uno de los biólogos que trabajaban allí era un viejo amigo mío de la infancia por lo que no me resultó difícil convencerlo de que quería llegar hasta mi antigua casa. Me dejó a la altura de mi ventana, me dijo que me recogería en unos veinte minutos que tenía que hacer unos análisis de no sé qué zona. Vivo en un tercero. 
Dentro escucho gente, me parece imposible, no puede ser. ¿Me volví loca de verdad? Me estaban esperando. Son mi madre y mi abuela. No puede ser. ¿Qué? Fuera llueve. Que no. Esto no es real. Nada de esto lo es. ¿Dónde estoy? ¿Mamá? 
-¡Mamá! Me he echo pis en la cama, ¿puedo dormir esta noche contigo?


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viernes, 20 de diciembre de 2013

El chico que hablaba de sí mismo

Tres de la mañana en una calle cualquiera bajo unas estrellas cualesquiera, camina con zapatos remendados un ser cualquiera. No levanta ni suscita ningún interés, no si ello no quiere. Camina con ojos vidriosos y reptiles bajo la atenta mirada de las farolas. Camina con las manos en los bolsillos, encapuchado con una sudadera, paso a paso por la avenida. En la entrada a algunos callejones hay pequeñas murallas de hormigón, "fuera de aquí" pintado con letras graffiti. Escucha los murmullos de algunos que aún siguen despiertos, escucha los gritos de otros que parecen dormidos... Nadie es igual pero ¿son todos diferentes? Ya es tarde para estar haciéndose esas preguntas y más para un monstruo, no es un monstruo de medianoche, hay otros que sí, pero ello no lo es. Va hablando de sí mismo como si fuera el narrador de su existencia, o quizá hablaba consigo mismo de su existencia, no sabría diferenciarlo bien. La noche no deja ver lo obvio a veces, sólo lo que no se ve por el día.

Ya no quiere más, no quiere más de su condición, de su realidad. Está harto de aceptarlo una y otra y otra vez. ¿Por qué habría de hacerlo? Claro, porque es un monstruo. Eso es lo que son. Los seres que no pertenecen a lo que les rodea, seres con ansias de soledad, de volver a un hogar que no tienen... Son ilusos e inconscientes y probablemente lo sepan. Ello está harto de todo lo que le pasa, harto de ver tanto a Soledad, Soledad no sabe dar abrazos, siempre te acaba cortando. No tiene a nadie con quien pasear o tomarse un café, tampoco sabe a ciencia cierta si lo quiere. Es un poco extraño. Son sentimientos pasajeros, ninguno es una idea real y sólida, pocas de esas hay como para tener más de una. Escucha una radio de un local sorprendentemente abierto, hay un grupo de skins escuchando a su líder que está subido en lo alto de la barra gritando por algunas cosas que ni entenderá el propio pregonero. Se le cruza en el camino una chica, la conoce, cree, no sabe ya ni quién es. Escuchó hace poco que cada cien años la Muerte misma es mortal por un día para experimentar qué sienten las almas que cosecha, piensa en si será cierto, cosas más increíbles ha visto; lobos capaces atravesar paredes, ritos que invocaban sombras capaces de rasgar la realidad, moradas llenas de sueños rotos que sollozaban y gritaban como bebés agónicos y la lista sigue...
Seguro que será una tontería. Seguro que se le pasará, pero no puede evitar pensar en que no hay nadie cerca, en que se acostará y despertará solo, en que no durará mucho más y en que aquello se irá por donde vino. Una vez más.
Él, ello, aquel chico, visitará a un viejo amigo esta noche, necesita descender, entra por el edificio de la luz verde sobre la puerta, se asoma al hueco de las escaleras, una llave y ya puede bajar. Baja y baja, peldaño tras peldaño. Siempre se pregunta cómo no pueden saber nada de esto las personas que viven en ese edificio. Baja mientras lo piensa. Baja hasta llegar al gran túnel con aquellas luces azules colgando del techo, licor de hada creo que lo llaman, no se apagará mientras no lo alumbre el Sol o la Luna. Perfecto para estas cloacas de ladrillo grande y de piedra, dos pasillos a cada lado y en el centro del túnel un río maloliente. Él se acaba de alegrar por primera vez de tener la nariz taponada porque el río apesta, él lo sabe de antes. Algo nuevo, quizás, era la chica que estaba al final del túnel tapada con la que presumo es su propia chaqueta. ¿Qué hace?
-Eh, eh, ¿qué haces aquí?

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miércoles, 11 de diciembre de 2013

Evelyn busca donde dormir

Hay destinos marcados de nacimiento. Momentos antes de que la vida comience uno ya tiene escrito en piedra cuál será su camino. Por dónde irá. Dónde acabará. Son vidas aburridas. Nunca me gustaron y nunca me gustó la vida que la abuela y madre habían elegido para mí. Era una vida igual que la que tuvieron ellas. No era una vida para mí, no. De eso hace mucho, ahora sobrevivo entre calles, en los balcones de las puertas de atrás, sentada bajo los pocos techos que encuentro, calentando mis manos en la lumbre de un pequeño fuego hecho dentro de una lata.
Miro mis guantes de fina lana y mis dedos asomando por ellos, mis manos están calientes. Meto mi cabeza entre mis rodillas y escucho la lluvia. La lluvia apenas está a unos centímetros de mi, cae rabiosa. El suelo está encharcado, suerte que estoy apoyada en un bordillo, mis pantalones están algo raídos pero son duros y tener tantos bolsillos es genial para la vida sin hogar. Lo quemé. Metafóricamente, madre y la abuela me habrían encontrado y arrancado la lengua de quemar su hogar. Y no sería una metáfora. Mis deportivas comienzan a empaparse... es hora de moverse un poco, me llevo la lata, está bien ser quien soy a veces, la lata no me quema y no se apagará mientras la toque. Camino iluminando mi cara bajo la lluvia, capucha puesta, busco mi camino en este mundo. ¿Lo tengo? ¿Qué hago? ¿A dónde voy? Esas preguntas siempre tienen eco en mi cabeza...
Me meto por varios callejones, nunca salgo a las calles, es muy arriesgado, con suerte llegaré a algún portal bien cubierto. Soñar, necesito soñar, necesito visitar a mis amigos en sueños.
Hay un hombre tirado en el suelo, mala noche, supongo, su cara está entumecida, cogerá frío... Madre siempre decía que las decisiones de cada uno eran problema de cada uno. Lo arrastro hasta un tejado donde al menos no le dé la lluvia directamente y le dejo mi lata, no se apagará en un rato largo, a madre no le gustaría pero no me importa, ya no.
Entre dos edificios, bajo los tendidos eléctricos sigo buscando dónde dormir. De pronto escucho un ruido de metales chocando, de gritos de ánima, escucho un ruido muy fuerte por encima mío y suena como óxido chirriante buscando qué tragar esta noche. Vampiros. No permiten la alteración. No me permitirán seguir esta vida, no quiero morir, no esta noche no. Uno se ha posado en un cable de tensión de la azotea, mira hacia arriba, a sus compañeros, no me ha visto. Odio a los vampiros, con sus alas enormes y negras, sus garras terribles y esos ojos vacíos... siempre sonriendo, como si supiesen más que el resto. Son criaturas terribles y detestables. Extiende las alas. Joder, mierda. Me acerco a una puerta cercana y la abro sin problema, me meto dentro y busco unas escaleras que bajen, unas escaleras que bajen. No hay, no hay problema, cierro los ojos, pienso en ellas, seguro que hay. Cuando los abro detrás mío hay unas escaleras que bajan, no sé a dónde pero los vampiros no saben bajar.

Debajo de todo aquello acabo en un complejo de enormes tuberías y colosales arcos, a lo lejos tras un lago verde veo chabolas, una Comunidad, su techo está a cientos de metros, no sé quién hizo esto pero alguien muy antiguo seguro. En mi lado del lago hay una serie de pasillos estrechos y un gran túnel semicircular que lleva agua al lago verde. Está iluminado por unas jaulas que cuelgan por el centro de dicho túnel, no sé qué hay dentro pero emite una maravillosa luz azul. Hoy mucha gente dormirá bien, lo presiento. 
Me quedaré aquí abajo un tiempo, hasta que se vayan los vampiros de la ciudad por lo menos. Dormiré, dormiré. Saco la manta de la mochila y sueño que soy corriente, sueño que soy como las personas que duermen en camas y desayunan. Sueño con una vida en la que no importe quién sea yo, Evelyn.

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lunes, 9 de diciembre de 2013

Lira vuelve a recordar

Refuerzo la mirada en los recuerdos que asoman en mi reflejo. La noche me hace reflejarme en la ventana... la Ciudad está llorando, chaparrea y no encuentro el por qué. Quizá haya mucha gente triste o quizá haya una sola persona muy importante que esté triste.
Me calzo mis botas de agua y me pongo el chubasquero, es carmesí pero se ha quedado oscuro, su capucha es tan amplia que no se me reconoce, voy a bajar a algunos barrios cubiertos. Quiero un colgante nuevo, uno que haga que no recuerde. Quizá es un atajo hacia lo que quiero...

La lluvia siempre me ha dado melancolía. Salgo por el primer callejón, paso tres verjas agujereadas, llevo mi bolso y a mi muñeca, pasó por una puerta con marco verde, entro en el edificio de la luz sobre la entrada, subo un piso y salgo a la calle, bajo tres escaleras y cruzo un parque, llego a otra calle, cruzo dos callejuelas y vuelvo al portal de mi casa. Salgo por el primer callejón que acaba en unas escaleras que bajan bajo el suelo, tienen una luz cálida salpicando en cada escalón, viene de abajo. La luz viene de abajo. Miro hacia los lados y evito a la Luna, camino hacia abajo.
Llego a una gran galería, es de ladrillo antiguo y con arcos enormes en las paredes, una verja impide que me caiga desde mi balcón, escaleras abajo llego al antiguo bazar que siempre ha existido bajo esta ciudad, bajo todo esto. Gente extraña, ninguna nativa o quizá no nativa de ahora, quizá fueron los auténticos nativos. Todos quieren preservar su identidad salvo algunos orgullosos, poderosos o quizá incautos... algunos que no saben por dónde caminan. Aquí hay normas, ciertas reglas y responsabilidades que salvo ningún concepto han de romperse. Eso se aprende rápido, hasta dónde llegan éstas ya es más difícil. El antiguo bazar encierra misterios, secretos y objetos, auténticos objetos, no los querrás soltar jamás o quizá es lo único que quieras. Un mercadillo de artefactos viejos, eso es lo que es. Cosas más viejas que los vendedores, casi siempre, claro. Gente con túnicas raídas hasta la boca, gente con gafas más oscuras que la misma oscuridad, sombreros enormes y capuchas agobiantes, eso se viste entre estas galerías húmedas de fachada vieja, de ladrillo rojizo y deformado. Entre grandes antorchas y extrañas lámparas se ven las sombras de los vendedores, algunas no corresponden a sus dueños, era de esperar. No es la primera vez que vengo, sé a por lo que vengo y me odio por ello. Giro dos veces a la derecha y una a la izquierda. Subo una escalera y camino hasta la bifurcación, vuelvo por donde vine y entro en el local de mi derecha. El hombre que allí vive me recibe con saludos cordiales, como siempre. Me debe muchas. No soy su amiga, no creo que tenga, son negocios al fin y al cabo. Se quita la cabeza de cabra y me recibe con sus ojos de sapo, amarillos de pupila horizontal, siempre consigue ponerme nerviosa. Le entrego mi frasco que siempre cuelga de mi cuello y él lo rellena como de costumbre. La arena en él resplandece, veo desiertos enteros en ese frasquito minúsculo, esperanzas perdidas y sueños alcanzados, amo mi frasquito. Él hombre se restriega las manos mientras me asombro una vez más con la profundidad de esa maravillosa arena. Arena de sueños.

Vuelvo por donde vine, ese hombre cabra ya no está en deuda conmigo, supongo que es una lástima. Quizá encuentre más huesecillos de hada pienso mientras veo un par de gemelas enjauladas en una jaula dorada. Un ser de largo hocico y vendado sujeta y zarandea la jaula, grita su precio y las deja por ahí. "Son recientes dice".
Es hora de salir, camino un poco acelerada, se me hace tarde. Salgo y la lluvia cae llorosa y brusca, una cascada perpetua, miro un poco hacia arriba moviendo mi capucha y veo a la Luna, la saludo y me voy corriendo a casa. Hasta el mes que viene supongo o hasta que supere mi pasado, mi pasado me persigue, yo lo hice así... supongo.

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domingo, 8 de diciembre de 2013

La noche de una escritora llamada Lavanda

Selecciono todo... Borrar. Qué jodido se me hace a veces escribir. Hay días que no sale nada, nada de nada, y llevo ya una semana así. Me dice mi pareja que qué tal voy, si acabaré a tiempo la novela. Joder, no, no creo. Respondo. Estas noches mi cenicero ha estado lleno de cigarrillos apagados, y un par de porros en el de al lado. Y nada, ni las tazas de café, ni las cervezas me han dado una buena historia. ¡Qué le vamos a hacer! Esta tarde me compré una extraña mano carmesí, creo que da buena suerte o algo de eso, parece hindú o de un buda o algo. Gilipolleces de esas, pero estaba muy barata... En qué pienso... Uno tras otro, pensamientos que no sirven de nada. Apago la tele, apago la luz, me quito el portátil de encima, me tumbo, me tapo, me duermo. Nunca logro hacer lo último cuando quiero. ¿Podrá alguien? 


. . .


"El vagón del metro se paró a los pies de Betty, su pelo del color del fuego lo llevaba escondido bajo un oscuro gorro de lana, debía pasar desapercibida. La noche no perdona a nadie porque la noche no juzga. Coge uno de los primeros asientos que ve, sabe que no ha de fiarse de ninguno de los seres que la acompañan en el viejo vagón. Son las tres de la mañana y espera que no haya imprevistos o su cita puede arruinarse en un chasquido de dedos. 
Los pálidos la miran sin disimulo alguno desde el otro extremo. Uno de ellos se levanta y el resto le siguen, llevan chupas de cuero con pinchos en las hombreras y andan con ese aire que tienen los matones de patio, Betty sabe que van a por ella, ¿demasiado colorete? Uno de ellos se apoya en la barra que tiene Betty encima de la cabeza y el resto la rodean. 
-Vaya, vaya. Un ratoncito perdido en nuestro territorio... 
-No me queréis hacer enfadar. 
-¿Habéis oído chicos? -el resto se ríe abiertamente, todo el vagón los mira- ¿Que no te enfademos? ¿Y qué harás?
Betty se levanta y lo coge del cuello, habla con su voz aunque son todas sus voces al mismo tiempo. 
-Hoy no tengo tiempo para juegos, pálido, vuelve con tu luna a cazar mortales, este no es tu lugar. 
Al soltar su cuello éste comienza a soltar vapor, arde, está quemado y el pálido cae al suelo al instante, es cierto que no sabe con quién se mete, esa noche no comerá. Todo el vagón está en tensión, ninguno espera ver a..."


. . .


Joder, ya he perdido el hilo. ¿Qué coño era Betty? ¿Una parca? ¿Una bruja? ¿Una vaca? Sí, Betty la vaca, muy original. Sí, señor, la vaca mística del fuego que anunciará el apocalipsis viaja en metro a las tres de la mañana. Me estoy luciendo. 


. . .


"Todo el vagón está en tensión, ninguno espera ver a una de las Responsables esta noche. Todos tuercen la cabeza a un lado y hacen como que no han visto nada, los pálidos se apresuran a irse en la siguiente parada y miran hacia atrás resignados y con su delicado orgullo hecho un amasijo de juguetes rotos. 
Diez minutos más tarde Betty llega a su parada. A la salida la espera un gran hombre negro muy bien trajeado, con guantes blancos y una gorra de chófer. 
-No esperaba que una entidad como usted cogiese el transporte público, pero aquí estoy tal y como acordamos, no es terreno de ninguno. Haga su oferta. 
Betty lo mira de arriba a abajo, algo nerviosa, pero recuerda que las ha pasado peores últimamente como para titubear ahora. Saca de su vieja bolsa algo envuelto siete veces. El chófer lo desenvuelve con cuidado, a pesar del olor a sangre reseca está contento. Pide a Betty que la acompañe para recoger lo que ha comprado. 
-Es viejo, lo sé, pero vale la pena. ¿Estás segura de que quieres hacerlo? ¿Sabes realmente con qué juegas?
-Hombre, no cuestione mis métodos. Y debería haberme preguntado un quién no un qué. Sé exactamente lo que hago. 
-Lo siento, es sólo que... -el hombre hizo una pausa para tragar- mi señora me advirtió de qué le estoy entregando y es sumamente perturbador...
El hombre le entregó a Betty una mano de color carmesí, sin uñas y sin una sola arruga. Betty estaba satisfecha, dejaría por fin de ser una de las Responsables y podría volver a probar la vida mortal por última vez. Después de todo, nadie la dio a elegir."


. . .


Y creo que por hoy basta. No está como quisiera y no sé si digo todo lo que debería decir, me pregunto a veces cómo es la cara de alguien que me lee. Debe ser extraño. En fin, suficiente Betty por hoy. En unos minutos vendrá Triana... dioses, adoro su sangre. 


Lavanda

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