jueves, 17 de octubre de 2013

Lectura y comida china

Trata de evadirse de la realidad en los viejos libros de la casa que ocupa desde hace años. Son los libros que sus anteriores dueños abandonaron antes de partir y no volver jamás a aquella ciudad de la noche. Aún hay maletas con el cierre roto en el suelo asomando la manga de alguna camisa, aún la pintura de la pared está o bien quemada o bien caída por la humedad, aún entra frío por la noche a través de los agujeros en los cristales, pero Tristán lee.
Su historia no sé muy bien en qué momento comienza o si, de hecho, comienza en algún momento, pero sé lo que le pasó. Toda la casa estaba vacía excepto un cuartito cercano a la entrada del piso, todos lo sabían, tendrías que ser nuevo en la ciudad para no saber algo así. Tristán dejaba los libros leídos a un lado y los que aún no había leído en otro lado, no se percataba que el cuarto era tan pequeño que esos dos lados eran el mismo pero no le importaba, así podría releer lo que quisiera. Había un colchón sobre un parqué rancio, una ventana arreglada con cinta aislante y una pequeña estufa de las antiguas, de las que dan dolor de cabeza.
Pocos hacían caso a Tristán, la mayoría lo tomaban por un loco del que uno no se podía aprovechar lo más mínimo en ningún ámbito por lo que, agradecido, me relató lo precioso que es que a uno le dejen en paz. A veces había gente que iba a su piso a pasar una temporada, total, él ni se enteraba y ellos mucho menos. Me contó que cuando bajaba a comprar comida o salía a abrir a alguien la puerta investigaba su casa y había encontrado de todo, incluso una vez me contaba entusiasmado que vio por la cerradura de una puerta el exorcismo de una mujer negra, un exorcismo poco ortodoxo según él aunque no me quiso dar detalles.
Tristán era un hombre muy curioso y entusiasta, era un pequeño bohemio del estudio. Cuando le llevaba comida sobrante del restaurante nos pasábamos la noche imaginando mundos e historias. No escribió mucho, decía que no merecía la pena, que le gustaba viajar no pilotar el avión. En mi opinión una pena, jamás olvidaré esas noches de fantasía desbordante, las prefería a lo que me traía mi hermano. Esto era mucho más real y lo sentía de verdad.
Recuerdo como poco a poco la noche desaparecía y la ciudad quedaba en ese gris que tienen las mañanas y la luz del sol nos asustaba como si fuésemos vampiros de novela. Abría el local para los pocos locos que se dedicaban a buscar un sitio donde poder continuar su noche lejos de lo diurno. Es lo que tienen los restaurantes asiáticos, son oscuros siempre.

Cuando pasé tres otoños con él me di cuenta de que algo no iba a bien, cada vez comía menos y su ánimo había decaído, no me quiso decir por qué, es como si hubiera descubierto algo inevitable, algo que, de contármelo, no serviría de nada. Un jueves volví a su casa por la tarde, llovía aciagamente, de manera exagerada. Protegí la comida para que no se mojase y corrí hacia su casa, cuando llegué al tercer piso de aquel roñoso edificio su puerta estaba cerrada y nadie respondía al otro lado, por suerte tenía una copia de las llaves. El pulso, tanto por miedo como por frío, me bailaba y mis ojos se desorbitaban por el miedo que tenía. Miedo a algo que ya sabía que iba a ocurrir, nunca lo quise admitir pero supe que pasaría lo que pasó. La cerradura cedió y dejé que la puerta se abriese sola. La puerta de Tristán estaba cerrada, como siempre, sólo escuché el ruido de mi bolsa de plástico y mis zapatos dando pasos inquietos por un chirriante suelo de madera, entré en su cuarto lentamente. No estaba. Lo sabía.
Me pasé aquella noche comiendo en su antigua habitación, ojeando algunos de los libros de los que Tristán siempre hablaba. Encontré uno muy viejo, prácticamente destrozado y, por tanto, el que más llamaba la atención, cómo no, siempre fui muy simple. Aquel libro estaba lleno de anotaciones de Tristán, muy nerviosas y había muchas notas intercaladas entre páginas, muchas de estas notas estaban dibujadas en vez de escritas, encontré círculos llenos de líneas, palabras que no comprendía y MAZAPÁN escrito por todas partes. No niego que Tristán estuviese un poco loco, pero esto era demasiado extraño incluso para él.
No volví a tener noticias de él y por lo que supe más tarde su casa fue reducida a cenizas por unos okupas que no supieron manejar el gas de su cocina. Aquel libro lo guardé, no quería que algo tan extraño se perdiese. Ahora me queda buscar quién le puede dar un uso o... si Tristán sigue vivo o siquiera sigue siendo humano.

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