jueves, 26 de septiembre de 2013

Cada tres noches hay una más

Me he terminado el vodka y... no sé qué más hacer hoy antes de irme a casa. Tengo el vaso agarrado por la punta de los dedos y no hago más que darle vueltas y entretenerme viendo los hielos girar. No vendrá, estoy casi segura de ello. Estuve segura a partir del segundo vaso de vodka. En fin... No pasa nada, o eso creo, o eso me hago creer. Ya está bien, me piro de este tugurio. 

Es bastante tarde, la Luna apenas alumbra aquí pero se la ve, tan hermosa como siempre señora Luna, ojalá yo hubiese envejecido mejor que usted. Quizá la vida que llevaba no hubiese estado tan mal seguirla, así ya habría muerto y no estaría viviendo esto. Qué le vamos a hacer. ¡Rebeca! ¡Espera! Escucho a mi espalda, es el imbécil al que esperaba, sorpresa, sorpresa. No me acuerdo de su nombre. Tío, pírate, ¿quieres? Necesito algo y tú no me lo puedes dar, le digo. El hombre baja la cabeza avergonzado, qué mono, quedan pocos tíos así, pero él debería saber que no me van los callados y vergonzosos. Ya quedan menos tías a las que les vayan los hombres tímidos, se extinguirán juntos supongo. ¡Eh...! Adiós y cuídate, ¿quieres? Le oigo a mi espalda, tan sólo le levanto el brazo para decir "sí, macho, te he oído, pero no te pienso hacer ni santo caso". Harry tiene más de lo que me gusta, no sólo en un hombre, sino como camello. Más por lo segundo que por lo primero. 

Odio las noches aquí, todo se ve amarillo. 
-Oye guapa... ¿cuánto cuestas?
Joder... hay que ser gilipollas. Ahora me dolerán los nudillos un par de horas, ese tío tenía la nariz bastante dura. Que le jodan. ¡Que le jodan! ...Cálmate, Rebeca, calma. Suspiro. Camino más despacio, soy consciente de mi respiración unos momentos. Llego hasta la parada de autobús al fin. Una noche más, me digo en bajito. Una noche más, me repito para mis adentros. Me busco en el bolso por si tengo suerte y encuentro algún cigarro, no es el caso. Joder. No hay nadie a quien le pueda pedir. 
Me dijo Yina que cogiera el nocturno en la plaza de al lado de su casa, espero que tenga razón, no quiero deambular demasiado esta noche. 
¡Al fin viene! ¡Joder! ¡Ya era hora! 

Yina tenía razón. Ya he llegado, el 43 de la calle del mercado alemán. La puerta es verde y astillada, vieja sin duda. En fin, mejor entrar que quedarse fuera. Me encuentro ante un vestíbulo lóbrego y angosto y me dirijo a las escaleras, ni me atrevo a llamar al ascensor. Llego al cuarto piso, a donde me dijo Yina, un local abandonado y lleno de polvo. Un techo en el que vivir esta noche. 
Camino por el parqué y siento como cada paso crea una sinfonía terrorífica mientras comienzo a oler un hedor muy familiar. No es asqueroso pero si perturbador. Abro la puerta con la letra C, el local abandonado, allí los muebles están cubiertos por plásticos y todo está cubierto por una pátina de polvo y antigüedad. Una de las paredes es toda acristalada, la luz de la calle se cuela por ella creando sombras de ultratumba en cada rincón. Delante mío hay un sofá, a la izquierda la cocina y a la derecha un pasillo que imagino llevará a las habitaciones. Comienzo a caminar hasta la lámpara de pié que está tras el sofá. Joder, ya sé de dónde venía ese olor. Joder, no. ¿Por qué me tocan siempre estas cosas a mí? Delante del sofá hay tres velas consumidas, puestas en cada vértice de un triángulo dibujado con tiza y en el centro se encuentra un charco de sangre muy grande, exageradamente grande. Sangre seca. Sangre apestosa. En medio de todo el charco hay un pequeño feto. Quemado. J. O. D. E. R. Qué asco, macho. Me acerco a la cocina a ver si encuentro un paño o una escoba o algo, yo aquí no duermo con eso ahí. ¿Quién sube a un cuarto piso para hacer una especie de ritual satánico? ¡Siempre me pasa algo, coño! 
Bien, joder, hay una escoba y un recogedor. Ay. Dios. ¿Por qué siempre a mí? Yina me va a oír cuando la coja de las coletas. Hecho, espero poder dormir lo que queda de noche. Mejor esto a cuando lo que te encuentras es un pastillero demasiado puesto, pero... esto es más perturbador. ¡Me va a oír esa zorra! Joder. Calma. Mis pastillas, el bolso. Necesito un par. Necesito calmarme. Vale. Creo que ya, creo que ya. Uf. 

Llevo ya tres días viviendo en el local abandonado y no he vivido tan mal, aunque la sangre no ha salido del parqué. Yina no tenía ni puta idea acerca del feto, yo creo que lo sabe pero no me lo quiere decir. Si me entero de que es suyo no sé qué la haré. Otra noche más la de hoy. Otra noche más, salgo a la calle a fumarme un cigarro y a buscar dónde dormir hoy. 

Historias Irrelevantes

sábado, 21 de septiembre de 2013

Conversaciones de cafetería

Aquel día había ido a ver el amanecer. A veces lo hacía, sobre todo en fin de semana. Me llevaba un termo lleno de café y unos auriculares, me sentaba y podía estar allí una hora sentado sin pensar en nada, tan sólo viendo al sol nacer. Aquel día no llevé el termo y cuando terminé de disfrutar con aquella maravillosa vista caminé hasta una cafetería cercana. Vivo en una zona tranquila de la ciudad, un extrarradio, con parquecitos, mercados y gente sin demasiada prisa. 
Menos prisa aún un sábado tan de mañana. Entré en la cafetería y pedí un café con leche. Era invierno y me sentaría de miedo. La cafetería apenas había abierto y sólo había un señor mayor en una silla al fondo. Me senté cerca de la ventana que hacía de escaparate y me puse a leer un pequeño librito de cuentos que siempre llevo encima. Llegado el final de mi café esperaba a finalizar el cuento para irme a hacer mis cosas cuando un hombre un poco destartalado entró en la cafetería. 

Llevaba un día de mierda. La noche la pasé en vela buscando un porqué a todo esto. Joder. Antes de salir a que me diese un poco el aire me miré en el espejo, tres días sin dormir, mi cara era un desastre. No me preocupó, me preocupaba más si me seguía sangrando la encía, pareció ser que no. Cogí el abrigo del cesto de la ropa sucia, les dejé una nota en el frigorífico y me fui a caminar hasta algún sitio. Tan de mañana y con el sueño que tenía... mejor un café que una cerveza. Dos calles más allá de mi casa hay una cafetería barata y amo a su dependienta. Un amor platónico. Uno de tantos, claro. Ya se sabe. 
Cuando entré en aquel lugar vaya puta sorpresa, vi a un tipo, un tipo aparentemente normal pero que tenía un algo en la mirada. Ese algo que a veces busco. Esa... ¡chispa! Eso, esa chispa de vida, ¿sabes a lo que me refiero?

Al principio estaba asustado. Era un hombre muy extraño, muy inquietante, aparentemente cansado pero lleno de vida, una persona que "ha vivido mucho", esa clase de gente que es de verdad "auténtica". Se sentó sin mediar palabra delante de mí con un café. Mientras bebía el cortado a sorbos muy pequeños él me miraba. Muy fijamente, como queriendo encontrar algo en mí. No nada trivial, algo muy serio. Algo vital. Yo no sabía si me quería robar, si me quería secuestrar o si me quería asesinar; de hecho me puse a pensar quién pudo haber contratado un sicario para matarme. De pronto me dijo:

Conozco a esa clase de hombre. Son muy especiales pero más imbéciles que una mula retrasada. El tío no hacía más que mirarme a los ojos como intentando encontrar un porqué o quizá saber si iba a morir ese día o no. Desde luego tenía miedo. Le dije:

-Tío, ¿qué coño haces aquí?

Imaginaos cómo me quedé cuando un extraño me dijo eso. ¿Quizá fuese un policía en cubierto? ¿Quizá me ha confundido con alguien peligroso? ¿Quizá hice algo y no me acuerdo? No sabía qué contestar. 

-No vas a contestar, ¿eh? Joder, tío, vaya susto me has dado. Conozco a los hombres como tú, miserables y mediocres. ¿Me he equivocado?

El tipo me estaba poniendo muy nervioso. ¡¿Qué podría querer alguien así de un tipo como yo?! No llegaba a ninguna respuesta. Le negué tímidamente con la cabeza, quería darle la razón en todo para que se fuera. Quería que saliese de allí y me pudiese olvidar de él. 

-Eres el tipo especial aquel, el que es muy amable y tiene ideas bizarras. El tipo aquel cuyas amistades son escasas porque dice que no puede aguantar más. El hombrecillo que saldría corriendo cuando algo serio pasase. ¡Vamos! ¡Reacciona!

Había tenido unos tres días horribles, me descargaba con aquel tonto. Me asentía a todo como un loro empanado que no sabe qué coño hacer para coger su galleta. 

-Por favor, señor, yo a usted no le he hecho nada. Déjeme en paz, se lo ruego. No quiero tener nada que ver con usted.

-Porque de mí no puedes sacar nada, ¿eh, santito? Yo no te intereso. Vamos, ¡haz algo en mí! ¡Cúrame de mí mismo, don filósofo de papel! 

-No sé de qué me está hablando. Por favor, márchese.

-No chaval, no me voy a marchar, no hasta que tenga unas respuestas. No hasta que te levantes y hagas algo. Tío, esto es la vida no tu puto juego, no es tu puta pompa mágica en la que todos sienten cosas mágicas y ven cosas mágicas y son todo arco iris y pollas de purpurina, no. No. Macho, esto es la vida real, aprende a vivir de una puñetera vez que ya eres mayorcito. 

-¿De qué coño está hablando? ¿Ni siquiera sabe quién diablos soy y me está dando consejos de cómo vivir? Váyase antes de que llame a la policía. 

-¡Uh! ¡Qué puto miedo! ¡Los maderos! ¡Corred! Anda a cagar. Mírame a mis mugrientos ojos de alcohólico y dime que todo lo que he dicho es falso. Que tus amistades son de verdad y no son un trámite para sacar tú algo de ellas. Que tus miradas no ven nada. Que apenas te puedes mantener en quien de verdad eres. Que vives en una puta mentira autocompasiva y melancólica propia de un emo adolescente. ¡Mírame a la puta cara! ¡Mírame y dime que es mentira! 

-...

-Vete a cagar, colega. 

Se sacó un cigarro y se puso a fumar. A nadie pareció importarle que lo hiciera como a nadie le habían importado los gritos que estaba pegando en el local. Aquel hombre de alguna manera me había calado, no entero, creo que eso no se puede, pero me había pillado. Sí, es cierto, de cada amistad que tengo siempre tengo la esperanza puesta en algo que sacaré de ellos... no sé, verdades, sexo, alguien en quien desahogarme, siempre fui así de cabrón pero lo hago sin querer. No me justifica pero, oye, al menos no lo hago con mala intención, lo hago sin querer. Se recostó sobre la silla y continuó:

-Mira, llevo tres días sin dormir. Me he estado metiendo mucha mierda en el cuerpo, no me juzgues por un puto cigarro. Y te voy a decir algo, tronco, te lo creas o no tú y yo estamos a un pelo de ser la misma persona, ¿sabes lo que te quiero decir?

-No sé quién es usted pero debería meterse en sus asuntos. Yo no le he molestado. 

-¡Sí, joder! ¡Sí que lo has hecho! Tienes un potencial gigante y te estás tirando por ahí como una puta alma en pena que no sabe hacer una mierda. ¡Joder! -echó el humo que tenía guardado de un par de caladas- Mira... no nos volveremos a ver nunca, pero tío, cambia. Cambia de una puta vez. Deja de ser un sociópata enfermizo y se tú mismo, coño. 

-Fácil es decirlo, ¿no? Te voy a decir algo, no soy la mejor persona del mundo, de hecho yo mismo te confirmo que soy un hijo de puta, pero sé distinguir muy bien según qué cosas. Según qué realidades. Según qué respuestas. Cosa que tú no. Cosa que tú nunca has podido hacer. Gracias por tus consejos o lo que sea, pero llegas tarde, llegas muy tarde, porque esos consejos me los dije a mí mismo cuando apenas cumplí la mayoría de edad. Y aquí estoy ahora, solo, en una cafetería con un tarado y un trabajo mediocre. No destaco. No llamo la atención y apenas me queda gente en la que confiar pero, ¿sabes? Ha sido mi culpa. Lo ha sido siempre. Si construyes un edificio enorme y precioso sobre estiércol se acabará cayendo en su propia mierda. Así que llegas tarde amigo. Ahora vete de nuevo a tu casa y déjame en paz, puedo pudrirme solo. 

-¿A dónde coño quieres que vaya si yo soy tú?

Entonces miré mi café y estaba vacío, delante mío no había nadie. La camarera me miraba muy extrañada y el anciano había puesto su sonotone a punto como si hubiese estado viendo una película entretenida. Recogí mis cosas y me fui a mi casa a pasos acelerados. Llamaré a una amiga para contarle esto y, no sé, me haré macarrones de comer.

Historias Irrelevantes

jueves, 19 de septiembre de 2013

Terror en otros planos de existencia

Un verano me fui de vacaciones con mis padres a un pueblecito del norte cuando era un niño. Alquilamos un par de habitaciones en una casa rural para, ya sabéis, disfrutar de las delicias de la vida en el campo. Hacer alguna barbacoa, respirar aire puro mañanero y tener esa sensación de que el tiempo se detiene para ti.
Solía ir cada verano a algún lugar distinto, siempre con mis padres, "así conocerás de todo" decían. La mayoría de los viajes ocurren sin ninguna clase de percance o problema, no pasa nada especialmente interesante, nada más interesante que el lugar que visitamos. Aunque estas, particularmente estas, las recuerdo con todo lujo de detalles.

Aquel pueblo tenía una larga tradición celta que se remontaba a tiempos anteriores a Cristo y sorprendentemente conservaban un cementerio de aquel tiempo. El ayuntamiento y los órganos del municipio correspondiente lo habían escarbado y convertido en atracción turística, "si algo es raro y antiguo hay que verlo", ¿no? La tercera mañana que pasamos allí nos acercamos al dichoso cementerio, se podía caminar por algunas de las viejas criptas que habían sido limpiadas de restos y el turista debía imaginarse las paredes llenas de calaveras como lo estaba entonces, y como estaba cuando excavaron aquí. Los celtas eran un pueblo poco civilizado, bárbaro en muchos sentidos, y tenían una tradición malsana: se comían a sus enemigos para ganar su poder, así que un fuerte guerrero se creía que había consumido decenas de almas y por tanto tenía la fuerza de éstas. Siempre me parecieron unos pirados. 
No sé si formaba parte de la atracción o no pero en una esquina del cementerio había una casita muy vieja, no sé de qué época pero no era contemporánea; en esta choza vivía un señor muy mayor que me recordó al druida de los cómics de Astérix, salvo que éste estaba encorvado, mucho más arrugado y no tenía una barba tan de tebeo. 
Cuando, finalmente, el guía nos dejó libres me acerqué a aquella intrigante estructura pedregosa. Llamé a una rústica puerta de madera y la desagradable mirada de aquel anciano me asustó al instante. Me dijo que pasase, que le gustaban las visitas. Era un cuartucho, en una esquina la cama, en el centro un caldero y lo demás eran estantes con todo tipo de sacos, bolsas y botellas, toda la estancia rezumaba un olor a cerrado que me abofeteó la nariz con tanta fuerza que casi me derribó. El hombre me dijo que qué me traía por el pueblo y le dije que vacaciones pero a él no parecía interesarle demasiado, quizá no entendió qué significa "vacaciones". Estaba casi ciego lo cual le obligó a ponerse unas gafas muy gruesas para poder verme la cara bien, me dijo que mi cara era normal, que todo estaba en orden y que ya me podía ir. No me estaba enterando de nada. Cuando se quitó las gafas me acerqué a una mesa donde se leía un título de libro "El retrato de los muertos", parecía un libro manuscrito. Sin que el viejo se diese cuenta me llevé el libro y me fui deprisa a mi habitación sin mediar palabra con nadie. 

Aquel conjunto de páginas ocre y envejecidas estaba escrito de la misma manera que un libro del medievo, además de estar escrito en castellano antiguo. Por suerte no es difícil de diferenciar del castellano actual por lo que lo pude leer sin muchas dificultades. Al leer los primeros capítulos me di cuenta de que se trataba de un cuaderno de campo y, joder, vaya cuaderno de campo. En él se relataban toda serie de rituales y experimentos para comunicarse con los muertos, el viejo debía ser un brujo o algo raro pensé, o quizá un tipo aún más chalado de lo que parece. Según fui leyendo me di cuenta de que el cuaderno era mucho más antiguo que el anciano y de que no estaba escrito por él, el anciano lo debió haber encontrado y le pareció interesante, tanto como a mí. 
La segunda mitad del libro era más oscura, si cabe, no sólo ya había leído sobre los éxitos de los experimentos tales como comunicarse con difuntos de otras eras, así como atar almas en recipientes especiales o incluso introducirlas en objetos inanimados para que éstas volviesen al plano material de los vivos. Lo que ahora venía fue lo que me perturbó realmente, hasta aquí, como niño que aspiraba entonces a ser forense, el libro  me fascinaba y de hecho mientras lo leía pensaba en cómo hacer yo mismo aquellos experimentos en mi casa en la ciudad. Comenzó un capítulo llamado "Como Llamarlo". 
Me pareció curioso al principio cómo se había escrito "Llamarlo" con mayúscula pero me di cuenta de que fuere lo que fuere siempre era sustituido por un pronombre y una mayúscula. Se afirmaba la existencia de un ser demoníaco, o más bien alejado del bien y el mal, que vivía en el plano onírico, así como las ánimas, el cual podía ser convocado para realizar un trato que pudiere proporcionar un poder descomunal. Yo ya había leído sobre pactos con Satanás y me parecían todos una chufa, un engaño nada sutil y mucho menos convincente, creados para estúpidos desgraciados que querían sentirse importantes haciendo ocultismo barato. Pero esto parecía tan real que daba miedo. Llegué a unas páginas llenas de figuras geométricas de protección contra Él, incluso una manera de que en sueños no pudiera localizarte ni tocarte. Hablaban de un ser de proporciones cósmicas, de poderes inimaginables e incomprensibles para la humanidad. Pasé la noche en vela leyendo aquellas páginas sin detenerme. Me fascinaba y horrorizaba las atrocidades que ese ser podía llegar hacer por capricho, o al menos lo que a la humanidad le parecía un capricho. Cuando llegué a las últimas páginas leí exactamente esto, pues lo traduje y transcribí:

"Mas una cosa no ha de hacerse bajo ningun concepto.
Nunca su nombre ha de ser pronunciado, nunca deberas Decirselo,
nunca Debera saber que lo conoces, nunca Debera recordarlo.
Si tu lo pronuncias, si El lo escucha de ti,
te Encontrara a ti y a tu recipiente de carne y los Hará pedazos junto con tus tierras,
recuerdos, amores, sueños y vidas. La orgía de sangre teñira los mares de tu mundo, ahora condenado al desasosiego y tu, pobre mortal, nunca volveras a vivir en este o ningun otro plano de existencia. Te sera negada tu existencia.
Ten cuidado. Nunca pronuncies su nombre.
Menos en sueños."

El que lo escribía parecía tener miedo mientras lo hacía pues la letra estaba movida y el trazo era tembloroso, hasta encontré el recuerdo de gotas que habían mojado el viejo papel, ¿lágrimas? La última página estaba arrancada. Mejor, así nunca sabré el nombre de Aquello, espero que nadie lo sepa. Espero que el viejo que encontró este libro no lo sepa. O tan sólo espero haber hecho bien quemando aquel manuscrito. 

Historias Irrelevantes